BARRIADA DE BELÉN - IQUITOS - PERÚ

BARRIADA DE BELÉN - IQUITOS - PERÚ
UN MINUTO DE FILOSOFÍA: “LOS SUEÑOS Y LOS RETOS ANIMAN EL CAMINAR"

domingo, 24 de marzo de 2019

¿POR QUÉ LLEGAR A MI INTERIOR? O ¿CÓMO SIGUE MI CONEXIÓN CON EL 'YO' QUE SOY?




Nos jugamos mucho en este asunto. Si uno se fija en su propia vida constatará que conviven dos existencias paralelas, la que podemos llamar superficial o externa y la que podemos denominar como profunda o interna. La primera es la de todos los días, nos pone en conexión con la familia, el trabajo, los amigos, las redes sociales, el mundo real que nos rodea. La segunda está más escondida y hay que hace un esfuerzo por llegar a ella, para conectarse hay que llegar a los entresijos de nuestra realidad más honda.
La verdad de uno mismo se cobija en el interior, en la caja fuerte, escondida en lo profundo  de lo que llamamos nuestro "YO" más íntimo. Está tan escondida que nos cuesta encontrarla con bastante frecuencia. Cuando la realidad es que deberíamos frecuentarla para alimentarnos de ella y así vivir conforme a lo que es nuestra identidad más genuina.
Estos días he oído dos frases en esta línea: Meterse dentro de nuestro interior y llegar a la hondura del ser. Difícil tarea de realizar, pero muy necesaria e imprescindible si deseamos nuestro crecimiento personal llevarlo a plenitud. Pero claro ponerse en situación de ‘meterse dentro’ y ‘llegar a la hondura’ supone un esfuerzo y determinación que nos exige ‘el trayecto’ para llegar. Hace falta mucha voluntad y, por supuesto, querer hacer el camino
Parece que la Cuaresma es un tiempo en el que se hablan de estas cosas. Pero este asunto no depende de las creencias, cualquier persona necesita de ‘bucear’ dentro de sí mismo para encontrar su verdadera identidad, fundamento y fuente de su existencia. Ciertamente la fe me ofrece recursos apropiados para ello, pero hay más caminos.
Muchas veces el camino hacia uno mismo, nos cuesta tanto, que preferimos crear una imagen ante los demás más fácil y cómoda, pero ‘falsa’. Nos gusta quedar bien y, como  nos asusta mostrar nuestro interior, lo que somos en realidad, nos apañamos para que nos vean con ‘la foto del selfie’ más sonriente. Dura un instante.
¿Por qué preferimos dar una imagen de lo que no somos? Debe resultarnos más cómodo, o bien, nos gusta tener engañados a los demás. De hecho sabemos que las apariencias engañan y, que antes o después, las cosas se saben, pero nos da lo mismo. La imagen es la imagen y nosotros queremos mostrar una buena imagen (aunque sea falsa). Claro, luego todo esto nos pasa factura. Muchas frustraciones y fracasos vienen de la mano de la incoherencia entre la imagen que damos y la realidad que somos.
El qué dirán, aunque digamos lo contrario, pesa mucho ante los demás. Por eso organizamos nuestra vida en función de los demás, para quedar bien ante ellos. Hacemos cosas ante los demás, que no hacemos cuando estamos solos. Incluso en los grupos humanos que vivimos nos cuesta poco mostrarnos de una forma y, de otra manera, con personas de fuera. Todo por quedar bien.
Cuesta mucho ir con la verdad por delante. La verdad de lo que realmente somos. Confrontarnos con nosotros mismos, dialogar con nuestro interior, debería ser un ejercicio, tan cotidiano, que facilitaría disfrutar de nuestra realidad, por la coherencia entre lo que pensamos decimos y actuamos. Aquí radica la razón de ser de conectar con nuestro interior.



domingo, 17 de marzo de 2019

LOS CRISTIANOS TAMBIÉN SOMOS CIUDADANOS


Me dirijo especialmente a los cristianos. Ya sé que hay hombres y mujeres, de todo el espectro social, que les gustaría vernos dentro de las iglesias, para que no se note que somos creyentes y 'contaminemos' la calle. No entiendo porque les incomoda nuestra presencia, como mujeres y hombres, que tienen en cuenta a Dios en sus vidas. Se ve que les pesa mucho el pasado.
Dicen los entendidos que este asunto de los creyentes es de minorías. A mí me da igual lo de minorías o mayorías. Pero no me da lo mismo que se lleve la etiqueta de cristiano y no seamos alternativa que interpele y cuestione a este mundo que vivimos del siglo XXI.
Como ciudadanos tenemos los mismos derechoy y deberes en las sociedades que vivimos. Y como tal debemos de ser ejemplares, para los demás, de buena ciudadanía. En los distintos ambitos de la sociedad: familia, política, economía, sanidad, educación, ocio y tiempo libre, tenemos la obligación de ser buenos ciudadanos. De forma que la corrupción, pagar los impuestos, evitar la violencia, rechazar al diferente (de otros países, de otras creencias o ideologías...), participar en el espacio público, evitar el racismo, la discriminación, no deben de estar en nuestras agendas.
Nosotros creemos en la sociedad, como el germen de la familia humana por construir. Somos los ciudadanos conscientes, desde nuestra fe, de que el mundo que habitamos necesita nuestra mano de obra para hacerlo más justo y mejor de lo que está. Somos los constructores de un mundo mejor. Como buenos ciudadanos utilizamos las herramientas del diálogo, el respeto, la toleancia, la participación en las redes sociales, la solidaridad y el sentido crítico para que el camino entre todos sea más humanizador. No estamos solos en este camino. Somos coscientes de que nos acompañan, desde otras creencias y planteamientos de la vida, otros muchos hombres y mujeres que tienen los mismos sueños y utopías.
Además, somos ciudadanos creyentes. Seguidores de Jesús el Nazareno. Alguien podría pensar que debemos añadir no sé cuantas tareas y obligaciones 'cristianas' al compromiso de ser buenos ciudadanos como acabamos de señalar. A mí no se me ocurre ninguna más. Lo de ser cristiano es un estilo de vida, una alternativa social  que nos ayuda a enteder lo que significa y se nos pide para ser buenos ciudadanos.

Pero bueno, sí hay dos elementos distintivos, de nuestro ser cristiano, como exigencias de nuestra fe: La preferencia por los pobres y el testimonio de la comunidad. Son dos claves que tienen su origen en el mismo Jesús durante su vida pública. Si alguien acogió, protegió, promocionó e integró en la sociedad a los pobres, ese fue Jesús de Nazareet, basta leer los numerosos relatos que así lo muestran, por no hablar del juicio de las Naciones, en Mateo 25. Pero Jesús no hizo todo esto solo, desde el principio de su Misión, se rodeó de hombres y mujeres que fueron el inicio de la Comunidad Cristiana, germen de la fraternidad que Dios quiere para sus hijos.  Estos siguen siendo los dos grandes retos de sus seguidores e iconos para el mundo que vivimos.

Para terminar, desde la perspectiva creyente del "Creced y multiplicaos del Génesis", la familia humana, desde nuestra fe, la familia de Dios, se caracteriza por el amor que viven sus miembros, tanto como hijos e hijas de un mismo Dios (entendido como Padre y Madre) y como hermanas y hermanos que se desviven unos por otros. En esta familia se vive el cariño, la ternura, el perdón, la igualdad entre todos, la libertad, la paz y la justicia como rasgos normales de las relaciones familiares. Sin duda nuestra mejor aportación, como ciudadanos, a este mundo que habitamos.


domingo, 10 de marzo de 2019

APRENDER A DESAPRENDER EN CUARESMA


Salimos del útero materno y lo primero que hacemos es aprender a respirar. A partir de esos inicios, todo en la vida es aprendizaje. Nacemos para aprender. Y, como sabemos, todo aprendizaje es un proceso lento que nos exige un esfuerzo y se produce con la repetición. Por otra parte, está entrando en nuestras conversaciones la expresión desaprender lo aprendido. Personalmente, prefiero ‘aprender a desaprender’. Hay muchas cosas que, a lo largo de la vida, hemos ido añadiendo a nuestro currículo personal, y que no favorecen nuestro crecimiento. Aún más, pueden entorpecer nuestra realización como hombre o mujer.
A lo largo de nuestra existencia nos movemos en diferentes ámbitos: La familia, la escuela, la misma sociedad; en todos ellos, aprendemos muchas cosas que nos vienen muy bien para nuestro crecimiento. Aprendemos a comer, a caminar, a comunicarnos, a querernos. También aprendemos a escribir, a leer. Asimismo, se nos educa en valores; nos  facilitan el aprendizaje para una buena socialización con nuestros compañeros,  vecinos; e incluso, nos instruyen y enseñan a manejarnos en las nuevas tecnologías. Vamos, que nos equipan muy bien para el futuro.
Claro, que paralelos a todos estos aprendizajes, que potencian nuestra realización personal, también aprendemos muchas cosas, que no contribuyen a nuestro crecimiento y felicidad. En este sentido, aprendemos a ser vengativos, rencorosos, egoístas, mentirosos, celosos, violentos, perezosos, negativos, deshonestos, insolidarios, intransigentes, hipócritas, avariciosos, corruptos, racistas,  incoherentes, groseros, aprovechados, intolerantes,… En fin, cada cual tiene los suyos.
Ahora es cuando viene lo de desaprender. Porque hay que desaprender todas estas cosas que nos deshumanizan, nos alejan de los demás, dificultan y rompen nuestras relaciones, incluso, las más cercanas. Hay que desaprender todo aquello que arrastramos y son verdaderos lastres en nuestro crecimiento personal, en nuestro crecimiento familiar y en nuestro crecimiento social.
Pero aprender a desaprender no resulta fácil. Lleva su tiempo, tanto como el que nos llevó aprenderlo. Requiere pararnos, 'bucear por dentro', crear estrategias para desmontar lo que, de hecho, forma parte de lo que somos, aunque no nos guste. Aprender a desaprender, nos exige orden y ‘disciplina’. Los demás también nos pueden ayudar, como nos ayudaron en nuestros aprendizajes, digamos, positivos.
Hay situaciones que tenemos muy arraigadas, que son verdaderos hábitos, eso sí, viciados, y no es fácil deshacerse de ellos. En el ámbito religioso se habla de cambio, de conversión. Ahora que estamos en el tiempo de cuaresma se nos invita de forma especial a ello. Todo lo cual, se llame como se llame, supone un esfuerzo, una ‘violencia interior’ que, en muchas ocasiones, no estamos dispuestos a pagar el precio que se nos pide. Por ejemplo, la imagen que nos hemos ido forjando en la relación con los demás. El rol que desempeñamos en nuestra función pública,… No es fácil, no. Pero hay que desaprender si queremos avanzar.
Con el ritmo de vida que llevamos, hay que buscar tiempos y espacios para reflexionar. Necesitamos conocernos muy bien. Discernir aquello que nos humaniza, de lo que nos deshumaniza. También hay que contrastar y confrontarnos con alguien de confianza. Se trata de diseñar los pasos a seguir en el proceso de desaprender; aún más, imaginarnos cómo viviríamos, sin aquello que vamos a desaprender. Todo un reto si nos lo queremos tomar en serio. Esto de aprender a desaprender, tiene lo suyo, pero merece la pena.

domingo, 3 de marzo de 2019

EN LA SOCIEDAD, ¿LOS HOMBRES Y LAS MUJERES SOMOS IGUALES?... NO


El día 8 de marzo, se está organizando un número de manifestaciones que quieren dejar pequeña la referencia del año pasado. Las mujeres siguen haciendo presencia pública y reivindicativa para alcanzar la  igualdad entre los hombres y las mujeres. Y es que el 8 de marzo es el día de la mujer por excelencia.
He querido buscar el inicio de esteDía internacional de la mujer (trabajadora)” y me encuentro, en las diferentes fuentes, que no está muy claro su origen. Ni siquiera en el título. En todo caso, hay consenso en aceptar que, a finales del siglo XIX y los primeros años del siglo XX, fue surgiendo, en el mundo laboral, un movimiento reivindicativo por parte de las mujeres, para alcanzar la igualdad con los hombres. Esta situación se fue extendiendo a todos los ámbitos de la esfera social. En España hay que esperar a 1978, para que las leyes regulen sobre la igualdad entre los hombres y las mujeres.
En fin, en todo esto me remito a la ONU que, desde su fundación, va a liderar este proceso de liberación e igualdad entre la mujer y el hombre: “La Carta de las Naciones Unidas, firmada en San Francisco en 1945, fue el primer acuerdo internacional que proclamó que la igualdad de los sexos era un derecho humano fundamental. Desde entonces, la Organización ha contribuido a crear un legado histórico de estrategias, normas, programas y objetivos concertados internacionalmente para mejorar la condición de la mujer en todo el mundo.
Dando un paso más, vemos que en el siglo XXI, aún, no podemos cantar victoria. Sí, hemos avanzado un poquito, no lo vamos a negar, pero un poquito. Incluso en las sociedades que llamamos “avanzadas”, “desarrolladas”, “del primer mundo”… lo de la igualdad plena… está por llegar. Y no me siento pesimista. ¡Cuidado! Que no soy feminista radical. Soy un hombre que cree en la igualdad de todos los seres humanos, sean hombres o mujeres, negros y blancas, cristianos y budistas, ateas y musulmanes, pobres y ricos… afirmo en todas las personas la misma dignidad y los mismos derechos.
Me gusta, cuando puedo, consultar la prensa digital, ver los telediarios, oír la radio y sigo constatando que a lo largo y a lo ancho del planeta:
las mujeres son víctimas mortales a manos de sus parejas (machismo), el analfabetismo tiene mayor incidencia en las mujeres, se les sigue mutilando como si fueran animales (ablación del clítoris), no se les da el mismo protagonismo que a los hombres en muchas religiones (por ejemplo la cristiana), son utilizadas y vendidas como esclavas sexuales (desde su más tierna infancia), el derecho al voto no lo han conseguido en numerosos países, nacer mujer sigue siendo una desgracia en bastantes familias, son encontradas asesinadas en las cunetas o en al campo en países latinoamericanos… para que seguir.
(Sin duda me dirán, un sector de hombres y también de mujeres, que algunas “féminas”… ¡Son de cuidado! Y no se lo voy a negar “porque son algunas mujeres”; pero en comparación con los millones de mujeres que existen en el mundo en la situación que acabo de enumerar, se merecen que al menos, un día en el año de forma especial, las recordemos, las honremos y las tengamos en cuenta para que no bajemos la guardia en su lucha por la igualdad)
Desde este Blog, animo a que sigamos trabajando por la igualdad de los hombres y las mujeres de todo el mundo, eso sí, todos los días del año. La casa común que estamos construyendo, con la globalización, no se podrá mantener -en pie- sin esta anhelada y deseada igualdad.