Uno de los sacramentos más importantes - de la
Iglesia actual - es el “Sacramento del Biberón”. No estoy hablando
del tiempo de la pandemia, que se ha hecho, si cabe, más relevante, lo digo
porque en estos nuevos tiempos, hay que reforzar las cosas significativas de
nuestra fe. Una de ellas es la Crianza de los niños. En realidad, la
Iglesia (versión jerarquía) la ha tenido y tiene, muy olvidada. A ver si con la
época, del Papa Francisco, se van cambiando algunas claves y acentos.
En general se sigue identificando a la Iglesia con el
poder Jerárquico. Los que no son cristianos, cuando hablan de la iglesia,
se refieren a los curas, obispos y al Papa. Y la mayoría de los cristianos, en
especial los que van a misa, siguen considerando a la jerarquía (Papa, obispos
y curas) como el cuerpo relevante y mandatario de todo el Pueblo de Dios. Unos
y otros así se ven y así se lo creen. Bueno, hay que decir, que los religiosos
y religiosas (frailes y monjas para entendernos) también están en el mismo carro.
En fin, que se han olvidado -todos y todas- de lo
fundamental. Que la fe se empieza vivir, en el ambiente familiar, en la casa,
después sigue en las calles, las tiendas, los colegios, el campo, la playa y, en
último lugar, en las iglesias, capillas, catedrales y ermitas. Por último, en
el Vaticano. Total, que como siempre empezamos por el Vaticano, pues, no hemos
olvidado de los hogares.
Ya sea a la hermana mayor, al padre, la abuela o la
madre, que le ‘toca’ dar el biberón al bebé, están celebrando un
sacramento. Así, el biberón, se constituye como la ‘primera comunión’ de los
hijos de Dios. Así como con el biberón se alimenta y fortalece la vida de los
recién nacidos, las comensalías de Jesús eran los ‘primeros biberones’ de su
apuesta por el Reino. Todo es cuestión de comida, de alimentos, como el que nos
dejó en la Última Cena.
En el Sacramento del Biberón, se sintetiza, lo que es la
crianza de los hijos. Hay todo un tejido familiar que la sustenta. Los
desvelos de las noches que originan las fiebres de la criatura. Ayudarle a los
primeros pasos. Reírle cuando hace las gracias esperadas y deseadas. Limpiar ‘el
culito’ cuando culmina sus procesos digestivos. Enfadarse si abre el cajón que
se le va a caer encima. Practicar la paciencia con sus ‘niñerías’. ¡Pues menuda
celebración sacramental! Si Dios Padre y Madre, no está presente en estos momentos
tan importantes de la vida que empieza, ya me dirán.
La familia cristiana, en su vocación a seguir a
Jesús, no desmerece en nada y, por supuesto, no es menos que el seguimiento, a
Jesús, de los curas, frailes, monjas, obispos y el mismo Papa. Es una pena
escuchar, domingo tras domingo, en las oraciones de los fieles que Dios envíe
buenas vocaciones para reforzar la jerarquía, pero nada de fortalecer las
vocaciones de las familias cristianas. Si es en nuestras familias dónde nos
jugamos la fe cristiana, no en las eucaristías dominicales que apenas llenan
las iglesias y ni se les visibiliza.
En la crianza basada en los valores evangélicos del
seguimiento a Jesús, se encuentran los fundamentos de los buenos ciudadanos
y buenos cristianos del mañana. Es en el seno familiar, donde pasamos tanto
tiempo juntos, unidos, a veces enfadados o alegrándonos, donde se aprende el
respeto, la convivencia, el diálogo, el perdón, la fraternidad y solidaridad,
la paz y el amor. Fíjense lo que da de sí el Sacramento del Biberón. Cuando el
Pueblo de Dios descubra la importancia de este sacramento, seguro, que vendrán
tiempos mejores para la Iglesia.
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