Desde siempre, en todas
las culturas y civilizaciones, en todas las religiones y sociedades, se ha
soñado, se han tenido utopías. Aunque unos dicen que no existió el paraíso;
otros, defienden que un paraíso nos espera y que, aquí y ahora, podemos experimentarlo.
Hacia el siglo VIII, antes de Cristo, el profeta Isaías, cantaba a la
nueva creación con estas hermosas palabras: "Mirad, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva: El lobo
y el cordero pastarán juntos, el león con el buey comerá paja. No harán daño ni
estrago por todo mi Monte Santo -dice el Señor". Los
cristianos, en estos días de Adviento, recordamos a los profetas, que nos
invitan a transformar el mundo y, así, disponernos y prepararnos para celebrar
el Nacimiento de Jesús.
Coincidiendo en el tiempo, cada 10 de
diciembre, recordamos la Declaración
Universal de los Derechos Humanos. Ya en el enunciado del primer
derecho, vemos el horizonte de toda ella: "Todos los seres humanos
nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y
conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros."
Podemos decir que el espíritu de
Adviento (ámbito religioso) y los Derechos humanos (ámbito civil) van de la
mano. Cada cual, desde su espacio de influencia, impulsa un mundo mejor.
Este año de la pandemia, los
derechos humanos están menguando y cada vez hay más hombres y mujeres que
se están quedando en la cuneta. La cultura del descarte se está visibilizando
demasiado, como dice el Papa Francisco. En España llevamos unas semanas con la
mirada hacia Canarias, y no para ir de vacaciones, sino por el drama humano de
las migraciones, es un ejemplo de lo que venimos diciendo. Es verdad que los
medios de comunicación social y las redes nos llenan, nuestras salas de estar,
con imágenes indignantes. Pero también es verdad, que hay mucha gente buena,
que anda haciendo el bien en todos los rincones del mundo.
Por eso, es bueno, que cada año, se nos recuerden todas estas cosas. Y esa que, aún hay -en el ser
humano- ansias de utopía; no somos conformistas y la rebeldía busca resquicios
para 'rebelarse'. Por consiguiente, el mes de diciembre, digamos, que es el mes
de la esperanza; es verdad, que con él terminamos el año, pero su rescoldo nos
sirve para avivar el fuego, del año nuevo que nos viene.
Las OENEGÉS, en general, nos recuerdan que aún queda mucho por hacer.
Pero no lo dicen para desanimarnos, sino para agradecer a tantas personas, que
se hacen eco de sus planes y proyectos, empeñándose, día a día, por hacer más
agradable los hogares, residencias, hospitales, la calle, tiendas, escuelas,
fábricas, plazas y calles. Ayer, fue el día del voluntariado. De esta forma, tanto el tiempo de Adviento, cumple su
función de preparación de la navidad; como el recuerdo de los Derechos humanos,
amplían su demarcación, en un mundo que tanto los necesita. Diríamos que existe
una complicidad entre estas dos realidades.
Estamos ante un ejemplo en el que 'el espacio religioso' y 'el espacio
civil' se identifican y potencian para fortalecer a la humanidad. Y es que con
la buena voluntad, el diálogo y el respeto mutuos, se puede caminar -juntos- un
buen trecho del camino (tal vez, el camino entero).
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