En el verano de 1972, me preguntó una mujer: ¿Cuál es tu gracia? Desconcertado le contesté que no sabía a lo que se refería y, con una sonrisa comprensiva, me dijo que me estaba preguntando por mi nombre. Conocer nuestros nombres facilitó la confianza y el buen entendimiento durante esos días que duraron los campos de trabajo,
Este verano ha está cargadito ‘de todo’. Lo último son las tribus humanas que viven en el Amazonas; los ‘antisistema’ manifestándose contra el G-7 (ricos y pobres, derechas e izquierdas, progresistas o conservadores); Richard Davidson, doctor en Neuropsicología, investigador en neurociencia afectiva, nos dice ‘que la base de un cerebro sano es la bondad’; durante semanas los inmigrantes del Open Arms nos han estado cuestionando nuestra ética europea; los líderes de China y Estados Unidos, andan a la gresca; han salido noticias de atentados y tiroteos a grupos de personas inocentes e indefensas,…
Me llevo preguntando, desde hace tiempo, por qué ocurren estas cosas o por qué nos fijamos más en los apellidos que en el nombre de las personas.
Es el nombre el que nos hace iguales. El nombre nos identifica como personas individuales, de la misma naturaleza, de la misma especie y, después, vienen los apellidos, pero éstos ya son secundarios - por muy "nobles" que sean -.
Lo primero es el nombre, mi ser personal (común a todos los seres humanos) y en segundo lugar vienen los apellidos, o sea, lo de ser blanco o negro, pobre o rico, creyente o ateo, extranjero o nativo, analfabeto o intelectual, progresista o conservador, y así hasta la enésima generación.
Creo que este mundo globalizado, sería muy diferente si nos interesáramos por el nombre de las personas, para identificarlas como tales y ya, en un segundo momento, iríamos conociendo los apellidos, tal vez con la intención de corregir las injusticias que dichos apellidos están generando.
Puedo afirmar, desde la experiencia, que cuando se conoce el nombre de la persona, las barreras de los apellidos van cayendo, da igual que sea subsahariano o musulmán, ateo o cristiano, marginado o ejecutivo, blanco o judío,... ¡Cuántos problemas y conflictos se evitarían!
Tenemos la ocasión, una vez más, de seguir educando en valores que dignifican a las personas, que nos hacen recuperar la igualdad perdida; y si somos cristianos nos remiten a una familia común, en la que Dios, nuestro padre y madre, nos quiere a todas las personas, como a hijos e hijas de una única familia, la suya. Otros hablan de la fraternidad universal.
Mi "gracia" es Juan Bautista ¿Y la tuya?
Una reflexión interesante (otra màs) esta del nombre Bau, un abrazo.
ResponderEliminarDiego