Palomares del Campo,
un pueblo entre la Mancha y la Alcarria. Mi padre vino del pueblo cercano
de Villar del Águila de similares circunstancias. Cuando nací, el término
municipal estaba desigualmente repartido, muy pocos tenían grandes campos de
cultivo, algunos tenían para vivir sin muchas algaradas, aunque también había
familias sin tierras, que entre otras ocupaciones, vivían del trabajo que les
daban al irse a la Mancha a segar o vendimiar. Con las ganancias y los trueques
malvivían durante el año. A la gente más pobre nunca le faltaba para comer,
pero se les notaba.
Unos quince años
después de la guerra, la leche y los quesos americanos llegaban al
ayuntamiento y se repartían, especialmente, en las escuelas. Los niños
reforzábamos nuestra alimentación y nutrición. Las familias tenían bastantes
hijos y en el ambiente se percibe que el pueblo no tiene recursos para todos.
Tanto en mi familia, como en la de otros vecinos, el pueblo no cubría sus
expectativas y tuvieron que abandonarlo abriendo nuevos horizontes en sus
vidas. Del norte al sur y del este al oeste, muchas ciudades españolas les
abrieron sus puertas. Algunos llegaron,
incluso, a tierras americanas.
Otro aspecto a
considerar es la oportunidad de estudios para los chicos y chicas sin
posibilidades. Los seminarios y las casas de formación de las Congregaciones
religiosas fueron la plataforma de promoción de un sector de la población que
nunca habría accedido a ella de otra manera. En la actualidad algunos
religiosos, religiosas y sacerdotes dan testimonio de ello, si bien, la mayoría
aprovecharon su formación para situarse en una clase media alejada de la que
procedíamos.
En la actualidad la
imagen del pueblo es peculiar. La mayoría son personas mayores que han
vivido siempre en él y un grupo reducido de jóvenes, de los que algunos se han
ido a Cuenca y van por las mañanas al pueblo, a las labores de la labranza.
Hijos en edad escolar van quedando muy pocos. Dudo que en estas condiciones la
mayoría de los pensionistas del pueblo, pudieran seguir cobrando las pensiones
con este panorama, si del pueblo dependiera.
Mientras tanto, al
pueblo han ido llegando algunas familias extranjeras. Prácticamente están
integrados. Tienen su trabajo en las casas o de albañiles y los hijos van al
colegio. Están en sus cosas y no hay muchos conflictos. Tal vez el ser americanos o rumanos lo ha
facilitado. Por otro lado, en el pueblo no se mira más allá de sus tierras, sus
fiestas y rutinas. Viven muy bien. Lo que pasa en el mundo les viene muy grande
y no les entretiene mucho. Para qué complicarse la vida.
La política está más
presente entre las personas de más edad, aún está latente lo vivido en la
guerra y la posguerra, pero sin conflictos, aprendieron a coexistir y mantienen
el talante. Las generaciones jóvenes no viven muy apasionados por el asunto. Más
bien, despreocupados. Les interesa más, las fiestas de los toros y, desde
luego, no escatiman el dinero que les cueste. Vivir el momento es lo que les
importa. Por eso los discursos de los políticos les quedan lejos. En todo caso
les preocupan las subvenciones y miran mejor a los que las favorecen.
En fin, estas cosas
son las que vengo observando cuando vengo de vacaciones a mi pueblo. Pero claro
en mi pueblo. No sé si se pueden extrapolar.
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