Ayer estuve en el carnaval de Cádiz. No se lo imaginan, pero durante el día participé
en un Taller de interioridad y por la tarde-noche me fui con los chicos, del Hogar
de Emancipación, a ver el ‘ambientaso’
de los carnavales gaditanos. ¿Actividades contrapuestas? Tal vez.
Por su parte, los chavales disfrutaron un montón.
Nunca habían visto algo parecido. Eso sí, volvimos todos encantados y… cansados.
Cádiz estaba desbordado en todos los sentidos. Y caminar por sus calles no era
fácil. Pero mereció la pena.
Es verdad que se han dicho y escrito muchas cosas sobre los carnavales, por
mi parte contaré la experiencia que tuve ayer. Para empezar deciros que me
compré una careta. Tardé en ponérmela, pues me sentía ridículo. Pero el
ridículo lo estaba haciendo yo, porque todo el mundo la llevaba menos un
servidor. Después de los bocatas, de rigor, se la terminé dando a uno de los
jóvenes.
Sin detenerme en los orígenes, tengo que decir que fue un buen invento
al que se le ocurrió lo de los disfraces, ocultarse ante los demás, el jolgorio
y bullicio que se organizan, durante unos días, previos a la cuaresma. Aunque
sabemos que esta asunto se remonta a los tiempos remotos y trasciende las
culturas.
Desde el punto de vista personal, el poco tiempo que tuve la máscara
sentía que era uno más de la comparsa y que cada cual iba a lo suyo. El disfraz
me abrió otras puertas, entraba en otro mundo, mis roles cotidianos
desaparecían y me veía a mí mismo detrás de la máscara. La cosa fue muy fugaz,
pues cuando encontré a los chavales, les faltó tiempo para quitármela.
Desde el punto de vista sociológico, simplemente vi la realidad misma, pero
en su versión jocosa, festiva y burlesco-chistosa. Que imaginación tiene el
personal. Vale que entres en un comercio, yo pasé a uno de los chinos, y te
compres una careta; pero lo que se ve en la gente es la pura creatividad. Las
ocurrencias son infinitas.
Los personajes son los de la vida real
pero en versión graciosa. Los guardias civiles estaban en cualquier parte, pero sin hacerte soplar.
Había médicos, barrenderos (no sé si eran reales porque las calles estaban ‘tela’;
había bañistas, ninjas, animales variados; aparecían superman y el hombre
araña, mariposas y ‘cupidos’ con sus flechitas. Hombres embarazados, marineros y por todos los
lados monjas, curas y frailes, luego dicen que no hay vocaciones.
Cuando te parabas, y era con frecuencia, se escuchaban los idiomas más variados:
inglés, alemán, francés, italiano, portugués, árabe, bueno, y español,… claro.
La misma globalización en versión carnavalesca. Y es que esto del jolgorio,
alegría, bullicio trasciende a todas las culturas, es otra de las señas de
identidad de la familia humana.
Sin duda es una catarsis esto de los
carnavales, tanto en Cádiz, como
en Tenerife o Rio de Janeiro por decir algunos. Es una necesidad antropológica.
Necesitamos tiempos para desinhibirnos. La vida es muy dura, para muchas
personas dramática y hasta trágica. Cuanta gente espera el carnaval para
desahogarse, para reírse de sí mismo y de los demás. El disfraz, la máscara es
lo que tiene.
Yo lo pasé muy bien y los chavales, todo
era nuevo para ellos, lo pasaron bomba. Pues ya está para eso fuimos al carnaval.
No hay comentarios:
Publicar un comentario