¡Miren! Tenemos a nuestros hijos en las clases con
compañeros de otras razas y religiones diferentes. Habitamos en barrios
donde la gente habla idiomas distintos al nuestro. Compramos alimentos o ropa
en tiendas cuyos dueños no son españoles. Y así podíamos seguir.
La globalización la veo como una oportunidad histórica. Me atrevería a decir que estamos
acercándonos a las puertas de una nueva etapa de la humanidad. Estamos pasando
de las tribus-clanes, reinos de taifas y estados-naciones a una mundialización
de la humanidad. Aunque como en una carrera de motos, unos están al principio y
otros están aún dirigiéndose a la línea de salida.
Desde los más remotos tiempos que podemos datar, el ser humano ha
sido nómada. El clima y el alimento le empujaban a espacios desconocidos con el
objetivo de sobrevivir. Caminaban hacia lo desconocido con todos los riesgos y
peligros que les amenazaban. Y entonces surgieron los conflictos, las guerras,
las luchas por el poder, la violencia. Para marcar el territorio conquistado se
crearon las vallas, lo muros, los límites, las fronteras.
La inmigración ha existido siempre y los refugiados también. Si miramos el
siglo XX, por ser más cercano a nuestra realidad, se han dado fórmulas con las
personas que llegaban a Europa o países ricos con la finalidad de convivir sin
problemas, se trataba de la coexistencia pacífica. Pero, la multiculturalidad o
la asimilación, son respuestas que la experiencia nos dice que no han dado
resultado.
Ya es inevitable –para bien de la humanidad- que las
sociedades sean plurales, heterogéneas. La misma globalización está reforzando
esta realidad. Por lo que debemos buscar otras respuestas para que la
convivencia entre todos sea la mejor posible. Si somos capaces de comer los
mismos alimentos, vestir la misma ropa y escuchar la misma música,.. ¿Por qué
no vamos a ser capaces de convivir, respetarnos, dialogar?
En el contexto de la globalización, el diálogo
intercultural y religioso, la integración entre todos los seres humanos, debe
de ser el camino que nos lleve a fortalecer los lazos de la Familia Humana para
vivir con justicia y en paz. La fraternidad universal no es una utopía, ya
tenemos ‘pequeños oasis’ en donde se está logrando. Pero queda mucho por hacer.
Y es que, la multiculturalidad separa pero no une. La
asimilación impone pero no iguala; sin embargo el diálogo intercultural y
religioso nos ayuda a interaccionar y aprender unos de otros y con la
integración nos percibimos diferentes pero con la misma dignidad y derechos, o
sea, como miembros de la misma familia (la especie humana).
Pero seamos realistas, lo que ocurre es que en el fondo, no nos separan
ni las distintas religiones, ni las razas, ni los valores o costumbres
diferentes. Puede que sigamos justificando las guerras y los muros con estos
asuntos, pero no nos engañemos, lo que divide, genera conflictos y construye
fronteras es el dinero, el ansia de dinero, la avaricia y opulencia de unos
pocos en contra de la pobreza de la mayoría. Solucionemos esto y aquello
quedará resuelto sin sobresaltos.
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