El 4 de febrero, celebramos por
primera vez, el día de la Fraternidad Universal. Lo proponía el Papa Francisco, inspirado en Fratelli Tutti, (de obligada lectura según mi entender), Ya sé que es una utopía, lo de la
fraternidad universal, pero creo en ella y me propongo aportar mi granito de
arena para conseguirla, aunque todo se quede en el intento. Tengo la suerte de
estar rodeado, todos los días, en el Hogar la Salle, de hombres y mujeres de
todos los continentes, de diferentes razas y distintos idiomas, y estamos
siendo capaces de convivir en paz, armonía y concordia.
Creo que el Hogar la Salle, no es el único espacio en donde se dan estas situaciones. ¿Quién no tiene la misma experiencia, cuando se han juntado personas de diferentes ideas, pero con los mismos ideales y el asunto también ha funcionado?
Nos hemos empeñado, a lo largo de la
historia, en poner
fronteras, vallas, idiomas, costumbres,… con el objeto de marcar nuestro
territorio, lo que ha llevado a los odios, las guerras y violencias, y tantas
destrucciones de seres humanos, que hemos acabado por ver a los otros como una
amenaza, como a nuestros enemigos que debemos eliminar o apartar de nuestros caminos.
A mí me resulta muy sugerente, lo que dice el Primer Derecho
Humano –de los treinta que señala la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, proclamada por la ONU el 10 de diciembre de 1948: “Todos los seres
humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de
razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Las ciencias humanas y sociales,
desde la antropología a la sociología, por ejemplo, constatan los lazos y vínculos de los
seres humanos. Hay muchísimas más cosas que nos unen que las que nos
diferencian. En general tenemos los mismos sueños, anhelamos la felicidad para
todas las personas, nos gustaría un mundo más justo y en paz, aunque luego la
realidad nos eche un jarro helado de agua fría… ¡Y nos deje como
estamos!
Creo en la familia humana. En el informe de la UNESCO, La educación encierra
un tesoro, Jaques Delors plantea uno de los pilares de la educación de la
siguiente forma: “Se trata de aprender a
vivir juntos conociendo mejor a los demás, su historia, sus tradiciones y su
espiritualidad y, a partir de ahí, crear un espíritu nuevo que impulse la
realización de proyectos comunes o la solución inteligente y pacífica de los
inevitables conflictos, gracias justamente a esta comprensión de que las
relaciones de interdependencia son cada vez mayores y a un análisis compartido
de los riesgos y retos del futuro. Una utopía, pensarán, pero una utopía
necesaria, una utopía esencial para salir del peligroso ciclo alimentado por el
cinismo o la resignación”. Imagínense si potenciáramos esta dinámica. Lo de
la familia humana estaría más cerca.
De vez en cuando hay que comentar estas cosas, pues, estamos tan ‘distraídos’ con la vida cotidiana y
sus problemas (llevamos un año con la pandemia) y no olvidamos de la gran tarea
que tenemos como horizonte. Yo creo que tanta solidaridad, tanto voluntariado,
tantas ONEGÉS, tantas asociaciones benéficas están ahondando en esta convicción
y se comprometen por alcanzarla con sus proyectos y planificaciones. Es
probable que lo digan de diferentes maneras. Pero mucha gente estamos en ello.
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