Con esto del coronavirus, la pastoral sacramental, ha estado como en paréntesis. Hemos empezado a ver que la fe tiene mucha incidencia en la vida cotidiana, Y que la Iglesia Doméstica, debe de estar más presente en nuestras vidas.
Antes se hablaba de cristianos practicantes y cristianos no practicantes. El asunto estaba en que eras buen cristiano, si ibas los domingos a misa y participabas, frecuentemente, de los sacramentos. De ahí lo de practicante y no practicante. Aún se sigue oyendo. Por consiguiente, lo de ser cristiano se centraba más en la participación sacramental. Se podía dar el caso de que durante la semana eras un sinvergüenza, pero… como ibas a misa los domingos, …
En este sentido, la vida cotidiana tenía y tiene un papel secundario. De hecho, bastantes sacerdotes, con lo de la pandemia igual se van resituando las cosas, siguen dando más importancia a los sacramentos que a la vida familiar, o la vida laboral, o la vida económica, por poner algunos ejemplos.
Uno lee los evangelios y no acaba de ver estas prioridades, de las prácticas religiosas, en Jesús de Nazaret. No es que Jesús no tuviera su presencia en la sinagoga o en el templo, pero los evangelios resaltan más su vida pública, su relación con la gente, la preocupación por los problemas y dificultades que tenían sus paisanos, la cercanía con los enfermos y necesitados, en fin, que le daba mucha importancia y dedicaba más tiempo a los asuntos de la vida cotidiana.
Desde un sector de la iglesia, por cierto, minoritario, se sigue insistiendo en la práctica sacramental como la clave en el ser de la fe cristiana. Mientras que sitúa en un segundo plano la vida existencial y cotidiana. El mensaje es muy simple si vas a misa eres buen cristiano. Ya se encargan en las homilías de recordarlo machaconamente. Yo creo que están equivocados.
No se trata de abandonar los sacramentos, se trata, más bien, de acentuar que la vida diaria, la vida familiar; es decir la vida que va desde que te levantas hasta que te acuestas es la que constituye la esencia y fundamento de la fe cristiana. En la realidad de la vida cotidiana nos jugamos la fe.
La fe en el Dios de Jesús, se ‘materializa y se visualiza’ en el trato que damos y tenemos con la pareja, con los hijos, con los amigos, con los compañeros de trabajo, con los vecinos, y no lo olvidemos, con los pobres de nuestra localidad, en fin, con cuantas personas nos encontramos por la calle o en los centros públicos, por tanto, es aquí y solo aquí, donde expresamos nuestra fe en el Dios de Jesús.
Por consiguiente, en la práctica de las bienaventuranzas (no en la iglesia sino en la calle) es donde nos jugamos el anuncio del evangelio. Anuncio, que como sabemos, se hace fuera de la iglesia. Los que vamos a la iglesia ya lo sabemos, el evangelio hay que llevarlo a la calle. Hay que vivirlo con la gente. Lo del amor, la paz, la solidaridad, el perdón, el compartir, la verdad, la honradez, la coherencia, la libertad y la fraternidad hay que vivirlas con la gente, en la calle, en las casas, en las fábricas, en el campo, en la playa, …
Tengo que decir que yo voy a misa y tengo mis prácticas religiosas, faltaría más, pero si voy a estos asuntos, es porque necesito tiempo para encontrarme, de forma más personal, con el Dios que creo; el cual, en estos encuentros, me sigue concienciando más en mi filiación con Él, y en ser fraterno con los demás seres humanos. La eucaristía me ayuda a sentirme más hijo de Dios y más hermano de mis hermanos.
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