En el día a día, nos jugamos el éxito de nuestra existencia y de nuestra felicidad. Los grandes héroes, lo son, por las hazañas puntuales que realizan. Todos conocemos mil historias de ciudadanos normales, anónimos, que son capaces de entrar, en una casa ardiendo, para sacar a una persona mayor impedida; o lanzarse a un río, para salvar a un niño. La historia nos demuestra, que cualquiera, puede ser héroe, eso sí, ocasionalmente.
Sin embargo, el verdadero heroísmo, desde mi punto de vista, se realiza en la vida cotidiana, es decir, de la mañana a la noche y, así, todos los días, con sus 24 horas. Muchas veces, me he hecho la siguiente pregunta: ¿Para cuándo vivir los grandes valores, de los que se nos llena la boca cuando hablamos con otras personas? Parecería que necesitamos situaciones especiales, o que deberíamos irnos a otros países para vivirlo. No, ahí no está la respuesta.
Creo que la paz, el respeto, la tolerancia, el perdón, la justicia, la responsabilidad, la libertad, el amor, la honestidad, el diálogo,... y todos los que quieran añadir, se viven, se tienen que plasmar en la vida cotidiana. En este sentido, digamos, que la 'maquinaria' empieza a funcionar desde que suena el despertador. En la misma cama se inicia nuestro heroísmo.
Tanta rutina, nos hace olvidar el gran valor de levantarse, preparar el desayuno, desear un buen día a la pareja, disponer todo para que los niños vayan al cole; ponerse el mono o la chaqueta o el uniforme para ir al trabajo, además, con ganas de contribuir a cambiar el mundo. Finalmente, despedirse al salir de casa, con cariño y afecto. ¡Total na! Y acabamos de empezar el día.
Después, viene el trabajo en la casa, en la fábrica, en la oficina, en el kiosco, en la escuela, o en la fila del INEM. Y un día, y otro día, tratando de ser amable, favoreciendo la convivencia y el compañerismo, siendo responsable en las obligaciones, cumpliendo con las normas básicas de un bueno ciudadano. Y, así, todos los días. ¡Esto sí que es para quitarse el sombrero!.
Luego, al caer la tarde, la familia va volviendo a casa. Eso sí, cansados todos, de la jornada laboral. Pero, curiosamente, entonces, la vida del hogar, recobra su protagonismo. La pareja necesita de sus tiempos para seguir creciendo, los hijos, precisan de la atención que les ayude a criarse con una buena educación; también, surgen las relaciones -espontáneas y necesarias- con los vecinos u otros familiares; y hasta se hace cotidiana, la hora semanal de voluntariado en una ONG, pues, todos queremos un mundo mejor, (todo lo cual requiere, diálogo, cordialidad, confianza, solidaridad, presencia, cariño, perdón, ternura,...), en fin la vida misma. Hasta que, después de la cena, todo se organiza para descansar y dormir, pues, el día siguiente, continuará con la vida cotidiana.
Ya sabemos que un rosal no hace un jardín, pero muchos rosales, jazmines, geranios, tulipanes,... consiguen embellecerlo, con su colorido, y llenar el aire, con su fragancia, para que todo el mundo lo disfrute.
Para mí, que el verdadero heroísmo, consiste en levantarse, cada mañana, cuando suena el despertador y llegar por la noche, a la cama, con la conciencia de haber aguantado el tipo.
Sin embargo, el verdadero heroísmo, desde mi punto de vista, se realiza en la vida cotidiana, es decir, de la mañana a la noche y, así, todos los días, con sus 24 horas. Muchas veces, me he hecho la siguiente pregunta: ¿Para cuándo vivir los grandes valores, de los que se nos llena la boca cuando hablamos con otras personas? Parecería que necesitamos situaciones especiales, o que deberíamos irnos a otros países para vivirlo. No, ahí no está la respuesta.
Creo que la paz, el respeto, la tolerancia, el perdón, la justicia, la responsabilidad, la libertad, el amor, la honestidad, el diálogo,... y todos los que quieran añadir, se viven, se tienen que plasmar en la vida cotidiana. En este sentido, digamos, que la 'maquinaria' empieza a funcionar desde que suena el despertador. En la misma cama se inicia nuestro heroísmo.
Tanta rutina, nos hace olvidar el gran valor de levantarse, preparar el desayuno, desear un buen día a la pareja, disponer todo para que los niños vayan al cole; ponerse el mono o la chaqueta o el uniforme para ir al trabajo, además, con ganas de contribuir a cambiar el mundo. Finalmente, despedirse al salir de casa, con cariño y afecto. ¡Total na! Y acabamos de empezar el día.
Después, viene el trabajo en la casa, en la fábrica, en la oficina, en el kiosco, en la escuela, o en la fila del INEM. Y un día, y otro día, tratando de ser amable, favoreciendo la convivencia y el compañerismo, siendo responsable en las obligaciones, cumpliendo con las normas básicas de un bueno ciudadano. Y, así, todos los días. ¡Esto sí que es para quitarse el sombrero!.
Luego, al caer la tarde, la familia va volviendo a casa. Eso sí, cansados todos, de la jornada laboral. Pero, curiosamente, entonces, la vida del hogar, recobra su protagonismo. La pareja necesita de sus tiempos para seguir creciendo, los hijos, precisan de la atención que les ayude a criarse con una buena educación; también, surgen las relaciones -espontáneas y necesarias- con los vecinos u otros familiares; y hasta se hace cotidiana, la hora semanal de voluntariado en una ONG, pues, todos queremos un mundo mejor, (todo lo cual requiere, diálogo, cordialidad, confianza, solidaridad, presencia, cariño, perdón, ternura,...), en fin la vida misma. Hasta que, después de la cena, todo se organiza para descansar y dormir, pues, el día siguiente, continuará con la vida cotidiana.
Ya sabemos que un rosal no hace un jardín, pero muchos rosales, jazmines, geranios, tulipanes,... consiguen embellecerlo, con su colorido, y llenar el aire, con su fragancia, para que todo el mundo lo disfrute.
Para mí, que el verdadero heroísmo, consiste en levantarse, cada mañana, cuando suena el despertador y llegar por la noche, a la cama, con la conciencia de haber aguantado el tipo.
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