La
verdad, uno se
emociona viendo a los campeones cuando le ponen las medallas. No
estoy muy acostumbrado a ver la televisión, pero los juegos olímpicos,
confieso, que me han cautivado. Ni en las Asambleas de la ONU, se consigue
tanta concordia y convivencia entre las personas de tantos países.
Este
evento deportivo, tiene la virtualidad de citar a la familia humana para
algo, tan simple y tan noble, como el juego y el deporte. Se trata de
competir, pero, en su mejor acepción. En las diferentes competiciones se
derrocha cordialidad, buena educación y reconocimiento al ganador.
Entre los participantes no hay problemas por la raza, porque vengas de un país
pobre, o seas de otra religión. Se viene a lo que se viene y todos conformes.
Naturalmente que hay problemas y dificultades, pero tienen una incidencia
menor.
Viendo
a los atletas, por ejemplo, uno se admira de la precisión con
la que hacen sus diferentes especialidades. Para llegar al nivel que tienen,
cuántas horas dedicadas, esfuerzos, sacrificios, disciplina, regularidad y
constancia,… para qué seguir. Simplemente para quitarse el sombrero. Otro tanto
se puede decir de los demás deportistas y participantes.
Me
resulta simpático y gratificante, el saludo al final de
las competiciones, caso del baloncesto, entre los que han ganado y los que han
perdido. Son gestos de reconocimiento. Saben estar. Saben ganar y saben perder. En este sentido, también,
son modelos de buena educación. y respeto al otro.
Los
Juegos Olímpicos, son uno de los mejores ejemplos en los
que vemos que es posible la convivencia y la paz entre los pueblos; en ellos se
escenifica la hermandad universal. En este caso, es la familia humana la que se
da cita para un evento, casi me atrevería decir, altruista. Casi todos los
países están representados, y son millones de personas los que seguimos, desde
las casas o espacios públicos, sus avatares. Aquí se vive y expresa la
verdadera globalización.
Me
pregunto: ¿Por qué no repetimos, este modelo de globalización
humanizada, tanto en la política y en la economía, como, en la vida cotidiana
de nuestras ciudades y países que cada cual habitamos? Porque si los
entrenadores y los árbitros son capaces de conseguir lo mejor de cada
participante, ¿no se podría exigir lo mismo a los gobernantes y agentes
sociales para sus sociedades?
Para mí, aunque sea mucho decir, un buen icono
-de que otro mundo es posible-, nos viene dado de la mano de los Juegos
Olímpicos.
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