Es lo más grande que te puede ocurrir. En especial cuando
vas por la vida de "sobrado" y de 'salvatodo'... "Menos mal que
estoy yo..." ¡Cuántos desengaños se lleva uno! Porque los pobres, sí los pobres, los necesitamos para ser humanos y cristianos.
Los pobres nos despiertan. Vivimos en un letargo continuo. Hemos creado un estado de
confort en el que la superficialidad y los sucedáneos nos vas configurando. Los
pobres nos despiertan del “sueño” cuando, a través de ellos, vemos la verdadera
realidad.
Si hay una imagen contundente es la de los ‘contenedoreros’ (dícese de las personas que viven de las ‘ofertas’ que ofrecen los contenedores) esta ‘profesión’ se da más en los países ricos, por lo que están incluidos en las nuevas pobrezas.
Si hay una imagen contundente es la de los ‘contenedoreros’ (dícese de las personas que viven de las ‘ofertas’ que ofrecen los contenedores) esta ‘profesión’ se da más en los países ricos, por lo que están incluidos en las nuevas pobrezas.
En realidad son más de dos tercios de la humanidad los que viven en los
límites de la pobreza y extrema pobreza. Se mire por donde se mire,
son muchísimos millones de personas las que viven dentro del ‘país de la
pobreza’. Este país no tiene fronteras. Sus habitantes están en las barriadas
de las grandes ciudades opulentas, como en los continentes que llamamos del
Tercer Mundo. Los pobres son pobres en todos
los lugares del planeta. Están ahí mirándonos, alargando sus manos,
llorando sus miserias, mostrando sus deficiencias, llamándonos desde la
televisión cuando huyen del hambre y de las guerras, sentados en las calles con sus
enseres después de los desahucios, en las filas de los comedores sociales, …
Y sin embargo, ellos nos ilusionan. Cuando salimos a su encuentro, en
realidad, nos desarman. Sus sonrisas, sus constantes agradecimientos por la
mera presencia y creer (nosotros) que les dedicamos nuestro tiempo. La
infancia pobre te enternece con sus mirada limpia, su sonrisa inocente. Resulta que cuando creemos que les ayudamos son ellos los que nos ayudan.
Es en el contacto con ellos, con su cercanía, cuando surge la reflexión, te cuestionan muchas cosas de tu vida, viene la relativización de tu mundo ‘ficticio’ y banal. Son ellos los que nos vinculan a nuestras propias raíces humanas (todos tenemos las mismas raíces). Ellos nos recuerdan que todos procedemos de la madre tierra, que pertenecemos al mismo ‘humus’. Hemos puesto tantas vallas, fronteras, zonas de lujo limitadas, ropajes, perfumes, cremas, sedas,… que nos habíamos olvidados de nuestro fondo, nuestro verdadero ser. Ellos están ahí para recordárnoslo.
Entonces surgen las preguntas: ¿Qué nos ha dividido? ¿Qué produce las diferencias de ricos y pobres? ¿Por qué nos separan las razas o las religiones, discriminando a unos y otros ¿Será que nuestro estilo de vida crea y genera la pobreza?
Es en el contacto con ellos, con su cercanía, cuando surge la reflexión, te cuestionan muchas cosas de tu vida, viene la relativización de tu mundo ‘ficticio’ y banal. Son ellos los que nos vinculan a nuestras propias raíces humanas (todos tenemos las mismas raíces). Ellos nos recuerdan que todos procedemos de la madre tierra, que pertenecemos al mismo ‘humus’. Hemos puesto tantas vallas, fronteras, zonas de lujo limitadas, ropajes, perfumes, cremas, sedas,… que nos habíamos olvidados de nuestro fondo, nuestro verdadero ser. Ellos están ahí para recordárnoslo.
Entonces surgen las preguntas: ¿Qué nos ha dividido? ¿Qué produce las diferencias de ricos y pobres? ¿Por qué nos separan las razas o las religiones, discriminando a unos y otros ¿Será que nuestro estilo de vida crea y genera la pobreza?
Pero es que además los cristianos tenemos textos, emblemáticos de Jesús,
que ponen a los pobres en el centro de nuestra atención. Se
acuerdan del día que fue a su pueblo y les dijo, a sus paisanos, aquello de “El
Espíritu me ha enviado a Anunciar la Buena Noticia a los pobres”.
Recuerdan la historia del Buen Samaritano, hablando de quién era nuestro
prójimo. Y el colmo de la claridad y nitidez, al respecto, es el llamado Juicio
de las naciones: “Tuve hambre y me diste de comer, tenía sed y me diste de
beber, estaba desnudo y me vestiste, estaba enfermo o en la cárcel y fuiste a
visitarme, y era extranjero y me acogiste”.
¡Ay! Qué sería de nosotros sin los pobres. ¡Ojala
deje de haber pobres! Sería la llegada del Reino de Dios, del Paraíso, del
Nirvana, de la sociedad perfecta y feliz. Mientras que la utopía se hace
realidad, tenemos a los pobres para humanizarnos y evangelizarnos. De esta
forma nos acercan a la Utopía.
Por cierto, hablo desde la experiencia.
Gracias, muchas gracias a las personas pobres (o empobrecidas).
Muchas gracias.
ResponderEliminarM del Mar