Ya sé que es una utopía, lo de la fraternidad universal, pero creo
en ella y me propongo aportar mi granito de arena para conseguirla, aunque todo
se quede en el intento. Acabo de tener una experiencia, en Roma, como ya
anunciaba el día 12 de enero, en la que un grupo de hombres y mujeres de todos
los continentes, de diferentes razas y distintos idiomas, hemos sido capaces de
convivir en paz, armonía y concordia.
Es verdad que nos unían unas mismas creencias y valores, tal vez
por eso mismo ha sido posible, lo que cuento, pero… ¿Quién no tiene la misma
experiencia, cuando se han juntado personas de diferentes ideas, pero con los
mismos ideales y el asunto también ha funcionado?
Nos hemos empeñado, a lo largo de la historia, en poner fronteras,
vallas, idiomas, costumbres,… con el objeto de marcar nuestro territorio, lo
que ha llevado a los odios, las guerras y violencias, y tantas destrucciones de
seres humanos, que hemos acabado por ver a los otros como una amenaza, como a nuestros
enemigos que debemos eliminar o apartar de nuestros caminos.
A mí me resulta muy sugerente, lo que dice el Primer Derecho Humano
–de los treinta que señala la Declaración Universal de los Derechos Humanos,
proclamada por la ONU el 10 de diciembre de 1948: “Todos los seres humanos
nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y
conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Las
ciencias humanas y sociales, desde la antropología a la sociología, por
ejemplo, constatan los lazos y vínculos de los seres humanos. Hay muchísimas
más cosas que nos unen que las que nos diferencian. En general tenemos los
mismos sueños, anhelamos la felicidad para todas las personas, nos gustaría un
mundo más justo y en paz, aunque luego la realidad nos eche un jarro helado de
agua fría… ¡Y nos deje como estamos!
Creo en la familia humana. En el informe
de la UNESCO, La educación encierra un tesoro, Jaques Delors plantea uno
de los pilares de la educación de la siguiente forma: “Se trata de aprender a vivir juntos conociendo mejor a los demás, su
historia, sus tradiciones y su espiritualidad y, a partir de ahí, crear un
espíritu nuevo que impulse la realización de proyectos comunes o la solución
inteligente y pacífica de los inevitables conflictos, gracias justamente a esta
comprensión de que las relaciones de interdependencia son cada vez mayores y a
un análisis compartido de los riesgos y retos del futuro. Una utopía, pensarán,
pero una utopía necesaria, una utopía esencial para salir del peligroso ciclo
alimentado por el cinismo o la resignación”. Imagínense si potenciáramos
esta dinámica. Lo de la familia humana estaría más cerca.
De vez en cuando hay que comentar estas
cosas, pues, estamos tan ‘distraídos’
con la vida cotidiana y sus problemas y no olvidamos de la gran tarea que
tenemos como horizonte. Yo creo que tanta solidaridad, tanto voluntariado,
tantas ONEGÉS, tantas asociaciones benéficas están ahondando en esta convicción
y se comprometen por alcanzarla con sus proyectos y planificaciones. Es probable que
lo digan de diferentes maneras. Pero están en ello.
Habrá que pensar en alguna iniciativa social
que refuerce esta sencilla creencia.
Qué alegría encontrarnos en este "rincón". Se ensancha el corazón cuando uno lee testimonios de quien tiene razones para mirar la vida con esperanza. Tras un mes sin tele, hemos vuelto a la guerra, al despilfarro, al robo vergonzoso de lo que es de todos... a lo menos humano que alberga nuestro corazón. Sigue ahí, JuanBa, que nos haces mucha falta. Mikel Balerdi
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