En el 'mercado' del espacio
público, me admira, la pluralidad de proyectos que hay para organizarse uno en
la vida. Pluralidad es riqueza. Uniformidad es pobreza. Hoy me quiero
detener en uno de los proyectos, en el cual me sitúo y que no tengo reparo en
manifestarlo: Creo en Jesús de Nazaret y apuesto por la Alternativa
Cristiana.
Tal vez, a determinados sectores
sociales, les gustaría vernos encerrados en las sacristías. Como si el
espacio público fuera de ellos. Cuando la realidad es que los cristianos -para
bien o para mal- ya estamos en la calle desde hace muchos siglos. Pero no
quisiera entrar en la cuestión de quién tiene más derecho de estar en la calle,
porque, como ciudadanos, todos tenemos derecho a estar en la vía
pública.
Quiero ser positivo, y pienso
más en sumar y multiplicar, que en restar y dividir. Porque lo hermoso es
que cada cual viva según sus creencias, sus convicciones o sus principios, -pero
eso sí- respetando, conviviendo y construyendo -entre
todos- un mundo mejor para todo el género humano, especialmente los
más pobres y excluidos.
Sin la menor duda, para alcanzar
esta utopía hay muchas alternativas, la historia nos da fe de ellas. Me
quiero detener en la alternativa cristiana, es la que más conozco. Pienso que no es ni la mejor ni la peor, es una alternativa -plenamente
humana- que enraizada en el Dios de Jesús, nos ofrece el camino para construir
la familia humana con lazos y vínculos, que nos hacen vivir como hermanos y
hermanas, con plena libertad, justicia, amor y paz.
Todas las personas queremos ser felices, la alternativa cristiana,
basada en el Reino de Dios, desde sus orígenes ha contribuido para conseguirlo.
La alternativa cristiana se basa en la creación de comunidades, reflejo de la
gran comunidad que llamamos Pueblo de Dios, es decir, la Iglesia. Muchos
hombres y mujeres han escogido este camino. Y como hombres y mujeres: con sus
aciertos y fallos, con sus valores y limitaciones, con sus alegrías y penas,
con sus problemas e iniciativas,… se han esforzado por vivir la fraternidad
humana, cuya plenitud de la misma, llegará en la otra vida.
Estas comunidades tienen algunos rasgos comunes que las definen. Son
retos y metas que toda comunidad cristiana tiene y que se esfuerza por
conseguirlos. Se pueden formular de esta manera:
1. Mirad como se aman: La unión, las
buenas relaciones, la comunión, el compartir, el perdón y quererse como
hermanos, lo expresan muy bien. En el mundo que vivimos de divisiones y egoísmos
crear espacios de convivencia y fraternidad son un acierto y referencia para
los demás.
2. Id y enseñad: Explicar el mensaje
cristiano del Reino de Dios, las razones que nos mueven a vivir, el sentido que
le damos a esta vida, a la historia de la humanidad está en la misión que
tenemos como seguidores de Jesús. Esta es otra tarea de la comunidad cristiana,
sobre todo en este mundo, que a veces parece que ha perdido el rumbo.
3. Los pobres los primeros: La
credibilidad de la comunidad se la
juega en la ayuda a los pobres y los marginados. Fue el mismo Jesús el que nos
marcó el camino con su ejemplo de servicio al prójimo. Tantas iniciativas
sociales del cristianismo arrancan del ejemplo que nos dio. Al fin y al cabo
los pobres son nuestros hermanos
4. La celebración de la fe: Celebrar la
vida, juntarnos como hermanos, festejar la fe que nos une, alimentarla con el
Pan de vida; reflexionar y meditar la Palabra del Dios en el que creemos, es la
expresión de que la familia humana es la mejor apuesta que tenemos.
En
esto consiste la alternativa cristiana: ser testigos de las Bienaventuranzas,
ser iconos del Mandamiento del amor y ser felices haciendo felices a los demás,
especialmente a nuestros hermanos y hermanas más pobres. Todo un reto y compromiso para dichas comunidades.
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