¡Qué bien se tenía
que vivir en el paraíso! Pero no es nostalgia. Acá, sentado en la cubierta del
barco, se siguen viendo las maravillas de la naturaleza. Aún se pueden
disfrutar de los sonidos y coloridos, genuinos, de la
selva amazónica. El barco discurre con lentitud, por el río, lo que nos
facilita saborear, casi todos los
detalles, de lo que nos va ofreciendo su rivera. El río Amazonas es inmenso y
nos descubrirá sus numerosas sorpresas.
En estas latitudes,
lo de las prisas no se conoce. Eso del estrés, las buenas gentes de la
Amazonía, no saben qué es. El tiempo de la naturaleza, con sus ritmos, nos está
pidiendo que nos abandonemos a él, que apartemos nuestras inquietudes y
ansiedades, nuestras preocupaciones y miedos, y nos dejemos llevar… ¡Arto
difícil para nuestras mentes occidentales!
A lo largo del camino
nos vamos acercando a los poblados ribereños, en unos pasamos de largo y,
en otros, hay un trasiego de
personas cargadas con mercancías y nuevos pasajeros, que ocupan el lugar de los
que acabaron su viaje; de esta manera se sigue la rutina diaria del trayecto
entre Iquitos y Requena.
El río no está solo.
Acá y allá, vemos numerosas barquichuelas (llevo-llevo)
con dos o tres personas, que con mucha paciencia, esperan llenar sus redes del
pescado que ofrecerán a los mismos aventureros que vamos en el barco, o a las
familias que se acercan al puertecillo de los caseríos, para comprar su comida
diaria.
Se acerca la noche,
y la anticipa un atardecer con una auténtica sinfonía de colores. Qué momentos
más agradables. El ambiente es adornado con el trinar de las aves exóticas, que
nos llega de la interminable floresta, que no nos ha dejado desde Iquitos. El
amanecer no se queda atrás en su apuesta por embellecer el día. Esta es la
naturaleza viva, la Amazonía, el llamado ‘pulmón del planeta’, que siempre será
poco lo que hagamos por defenderla.
Pero no vamos solos
en el barco. Acompañamos a numerosas familias que van o vienen con sus
preocupaciones y problemas. Como no hay otras vías de transporte (ni trenes, ni
carreteras) todos los viajes son con barcos. El nuestro va al completo. Hay
niños por todos los sitios y se fijan en nosotros; somos ‘como’ una atracción
especial para ellos. ¡Tantos ‘gringos’ no se ven todos los días! Menos mal, que las numerosas horas que
pasamos juntos quitan muchas barreras.
Después de casi 18
horas, para hacer unos 200 kilómetros,
llegamos de mañanita a Requena. Nos esperan los Hermanos, a los que venimos
a visitar este ‘finde’. Hemos venido a
conocer las obras educativas que desarrollan por estos lares. Sin duda, después
de lo que hemos ido viendo, tanto la visita como el viaje han merecido la pena.
Una vez más, tengo que decir, que hay muy buena gente por todo el mundo. Aunque falta la vuelta, a
Iquitos, me imagino que seguiremos gozando del paseo por el Amazonas... ¡Toda
una pasada!
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