De pequeño las cosas que me decían de Dios eran impresionantes para mi mente: Dios era omnipotente y omnipresente, también decían omnisciente y omnibenevolente pero éstas expresiones las entendía menos. Total que Dios lo era todo hasta el límite de lo infinito... Y además estaba siempre en el cielo sentado en un trono, muy mayor Él, con blancas barbas. Más adelante me dibujanban un triángulo con un ojo muy grande, porque Dios todo lo ve y en todo se fija ¡Había que tener cuidado!...
Hoy ya veo a Dios de otra manera. La vida me ha llevado a configurar otra imagen de Dios menos sofisticada y, desde luego, mucho más cercano, eso sí, pero sin dejar de ser Dios.
En la Navidad reside la explicación más elocuente de este notable cambio que he tenido. Porque la Navidad es la fiesta -por excelencia- con adornos especiales en las casas y en las clalles, con músicas muy propias de villancicos alegres, con comidas y regalos que la enaltecen y subliman, en fin, para que les voy a contar... la Navidad es... ¡La Navidad!
Si vamos a los orígenes que dan explicación a todo esto nos encontramos con una razón muy simple: Dios, el mismo Dios de los cielos, nos ha visitado, se ha hecho uno de nosotros, se ha venido a vivir con nosotros, se ha hecho hombre, naciendo en una cueva, a las afueras, de Belén. Lo más sorprendente de esta humanización de Dios es que la inciativa ha partido de él. Ha sido Dios el que decidió encarnarse -hacerse carne como cualquiera de nosotros-.
Él, que lo es todo, todo; se ha hecho frágil, débil, endeble... como cualquiera de los niños y niñas que nacen todos los días del año. A esa indefensión hay que añadirle el lugar que escogió para venir "a la tierra desde el cielo" ¡Una cueva! llena de suciedad y basura de los animales,... y le pusieron en una cuna improvisada, o sea, el pesebre que mejor encontraron su padre, José y su madre, María.
No nació en un gran palacio, como merecía su rango, ni en la ciudad donde se encontraba la gente importante; no, nació a las afueras, entre los sin techo, entre los pobres. Dios se hace hombre y lo hace en el lugar más apropiado, con una intención muy clara, la urgencia de humanización (recuperación de la dignidad) de los millones de seres humanos machacados y explotados, a lo largo de la historia, por el resto de otros hombres y mujeres que desde el poder social, económico, político e, incluso, religioso, siguen manipulando y marginando a los más indefensos, frágiles y débiles de la sociedad - la única que tenemos todas las personas- .
Dios se humaniza para enseñarnos cómo tiene que ser nuestra humanidad. Parecería que los hombres y mujeres, al ejercer nuestra libertad, hemos elegido caminos que no tienen salida, al menos una salida digna, como corresponde a nuestra naturaleza; y en vez de construir una sociedad justa, pacífica, tolerante, libre, solidaria... (la familia humana de la que ya he hablado otras veces) nos hemos dedicado a las guerras, a la esclavitud, a las injusticias, a la violencia,... a la explolatación de los seres humanos y, todo esto, desde su más tierna infancia.
Dios se hace hombre, en Jesús de Nazaret, con la Misión de anunciarnos la Buena Noticia de que la Familia humana no es una utopía. El niño Jesús que nace en Belén va a ser el modelo y la referencia de esta nueva familia que Dios quiere para nosotros. Su vida y su mensaje serán el mejor testimonio.
Ahora entendemos mejor las palabras que vienen en el evangelio: "Tanto amó Dios al mundo que nos envió a su hijo para salvarnos" (Jn, 3).
¡¡¡FELIZ NATIVIDAD!!!
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