Cuando hablo de fe, me estoy
refiriendo a:
La fe en la propia persona,
La fe en la pareja,
La fe en la familia,
La fe en los amigos,
La fe en la sociedad,
La fe en la madre naturaleza
La fe en en el ser humano
La fe en Dios
Tener fe es fiarse. Tener fe es
confiar en el otro. Tener fe es comprometerse, tanto con uno mismo, como con
los demás. Tener fe en Dios es dejarse llevar por Él, porque creo que de Él me
viene todo lo que necesito para realizarme como persona y, desde ahí, ayudar y
acompañar a los demás en su crecimiento personal.
Tener fe me interpela, me confronta,
me impulsa a tomarme en serio. Estas mismas actitudes me comprometen con los
demás.
Tener fe no es palabrería espiritual
o religiosa con la que mucha gente se conforma. Es una manera de justificarse, ante
sí mismo y ante los otros.
La auténtica fe me exige
esfuerzo, superación, compromiso, pero también, me da ganas de vivir, ilusión,
esperanza, paz y amor. La fe me libera.
Siempre encantaron estas palabras
de la Carta de Santiago:
"Hermanos, si uno dice que tiene fe, pero no viene
con obras, ¿de qué le sirve? ¿Acaso lo salvará esa fe? Si un hermano o una
hermana no tienen con qué vestirse ni qué comer, y ustedes les dicen: «Que les
vaya bien, caliéntense y aliméntense», sin darles lo necesario para el cuerpo;
¿de qué les sirve eso? Lo mismo ocurre con la fe: si no produce obras, muere
solita. Y sería fácil decirle a uno: «Tú tienes fe, pero yo tengo obras.
Muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré mi fe a través de las obras."
(Santiago 2, 14-18)
Sin duda está mejor dicho, con esta cita, lo que quiero expresar sobre tener
fe.
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