Ayer regresaba de Madrid a Jerez de la Frontera. Me cambié de asiento
y me puse al lado del pasillo, el de la ventana, con el aire acondicionado, me
molesta un motón. Se lo agradecí al compañero, no lo conocía y fue muy amable.
En muchas ocasiones la persona que va a tu lado, se presta, nos prestamos para charlar y compartir nuestras impresiones. Al hilo de esta anécdota, me vinieron a la mente algunos recuerdos, sobre la
imagen del tren, que ahora les doy forma.
Este es un tren especial, todos los seres humanos vamos en el él. En todo viaje, la vida es como un viaje, hay una estación de salida, con sus despedidas correspondientes, otras intermedias y la última de llegada. En el primer vagón va el maquinista, se sabe el camino, no obstante, está pendiente de las incidencias para que el viaje sea agradable y sin problemas. Claro, no siempre es así.
Luego está el revisor, pendiente de cada viajero, para que la travesía transcurra con normalidad. La verdad es que en la vida tenemos muchos revisores. Nos acompañan en el camino, empezando por nuestra familia y amigos.
Es curioso, pero los asientos no están en la misma dirección que va el tren. La mayoría, sí van mirando hacia adelante, éstos pasajeros son los que perciben mejor la meta, digamos que miran hacia el futuro. Sin embargo, otros asientos sitúan al pasajero mirando hacia atrás. Parecería que siguen obstinados con la estación de salida. Todos vamos en el mismo tren, pero están los que viven del pasado y, por otro lado, se encuentran los que saborean y disfrutan del futuro que llega. Unos y otros van viendo los mismos paisajes pero desde perspectivas diferentes.
En el tren estamos presentes todos: los niños con sus lloros y juegos, que para algunas personas son un incordio; también están los jóvenes, con sus chanzas e idas y venidas por los vagones; los ancianos, a los que siempre hay alguien que les ayuda a poner sus maletas, en los espacios apropiados. Están los que leen con suma atención, los que escuchan la música o ven la película programada; los que miran el paisaje absortos en sus propias ideas, los que visitan el vagón cafetería para charlar, distendidamente, con el compañero; aquellos que no sueltan el móvil para nada y, si les llaman, nos enteramos de sus cuitas, porque no les importa. Menos mal que está la opción de ir en un vagón de total silencio.
No es muy frecuente, pero los trenes se averían. Esto genera trastornos en los viajeros, aunque no a todos por igual, especialmente, si se tiene una reunión o coger otro tren y, en su caso, un avión. Aquí se nota el temple de cada cual. En ocasiones se tiene que dejar el tren y subir en un autobús para llegar al destino, lo que pone muy nervioso al personal. Pero así es la vida con sus contrariedades.
Llegar, se llega al destino, para eso está el tren. Y cuando se llega los rostros se llenan de sonrisas,
así es la vida. Hay un inicio y un final. En el camino nos encontramos todos. Tenemos la opción de disfrutar del viaje, porque sabemos a dónde vamos, aunque no lo tengamos todo controlado y pese a las contrariedades. Lo importante es que hay un horizonte. El tránsito no es en vano, el tren no está hecho para llevarnos a ninguna parte, es verdad que cada cual tiene sus expectativas. Pero hay una meta, hay un final. La vida, aunque no para todos, tiene sentido.
Este es un tren especial, todos los seres humanos vamos en el él. En todo viaje, la vida es como un viaje, hay una estación de salida, con sus despedidas correspondientes, otras intermedias y la última de llegada. En el primer vagón va el maquinista, se sabe el camino, no obstante, está pendiente de las incidencias para que el viaje sea agradable y sin problemas. Claro, no siempre es así.
Luego está el revisor, pendiente de cada viajero, para que la travesía transcurra con normalidad. La verdad es que en la vida tenemos muchos revisores. Nos acompañan en el camino, empezando por nuestra familia y amigos.
Es curioso, pero los asientos no están en la misma dirección que va el tren. La mayoría, sí van mirando hacia adelante, éstos pasajeros son los que perciben mejor la meta, digamos que miran hacia el futuro. Sin embargo, otros asientos sitúan al pasajero mirando hacia atrás. Parecería que siguen obstinados con la estación de salida. Todos vamos en el mismo tren, pero están los que viven del pasado y, por otro lado, se encuentran los que saborean y disfrutan del futuro que llega. Unos y otros van viendo los mismos paisajes pero desde perspectivas diferentes.
En el tren estamos presentes todos: los niños con sus lloros y juegos, que para algunas personas son un incordio; también están los jóvenes, con sus chanzas e idas y venidas por los vagones; los ancianos, a los que siempre hay alguien que les ayuda a poner sus maletas, en los espacios apropiados. Están los que leen con suma atención, los que escuchan la música o ven la película programada; los que miran el paisaje absortos en sus propias ideas, los que visitan el vagón cafetería para charlar, distendidamente, con el compañero; aquellos que no sueltan el móvil para nada y, si les llaman, nos enteramos de sus cuitas, porque no les importa. Menos mal que está la opción de ir en un vagón de total silencio.
No es muy frecuente, pero los trenes se averían. Esto genera trastornos en los viajeros, aunque no a todos por igual, especialmente, si se tiene una reunión o coger otro tren y, en su caso, un avión. Aquí se nota el temple de cada cual. En ocasiones se tiene que dejar el tren y subir en un autobús para llegar al destino, lo que pone muy nervioso al personal. Pero así es la vida con sus contrariedades.
Llegar, se llega al destino, para eso está el tren. Y cuando se llega los rostros se llenan de sonrisas,
así es la vida. Hay un inicio y un final. En el camino nos encontramos todos. Tenemos la opción de disfrutar del viaje, porque sabemos a dónde vamos, aunque no lo tengamos todo controlado y pese a las contrariedades. Lo importante es que hay un horizonte. El tránsito no es en vano, el tren no está hecho para llevarnos a ninguna parte, es verdad que cada cual tiene sus expectativas. Pero hay una meta, hay un final. La vida, aunque no para todos, tiene sentido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario