Me falta muy poquito para
cumplir los 62 años. Y mi agradecimiento a Dios y a las personas que me
rodeáis, no tiene límites. ¡Qué sería de mí, si Dios no se hubiera fijado en
mí! y ¡Qué sería de mí sin las personas que me acompañáis a lo largo del camino
de la vida! Por eso muchas gracias.
Mis recuerdos de la infancia son
como piedras sólidas sobre las que he construido 'la casa en la que habito'.
En ellos están presentes mis familiares, mis amigos, mis creencias, mis
emociones y tantas personas que se han ido sucediendo hasta el día de hoy.
Creo que en mis primeros años,
en el pueblo que nací, se plantaron las semillas de los frutos que he ido
saboreando más tarde y que aún me quedan por recoger. No siempre es fácil la
cosecha. Los buenos frutos vienen después de grandes tormentas, que dejan
abundante agua, nieve, heladas y fríos, a su paso. Eso sí, tras la tempestad
viene la calma y todo vuelve a su sitio.
Quiero fijarme en las tres cosas que están siendo determinantes en mi
vida. Las tres tienen sus raíces en los primeros años de mi andadura: DIOS, FRATERNIDAD Y POBRES. Aunque no lo
tuviera tan claro y fuera tan consciente, de ellas, en aquellos tiempos. Ha
sido la relectura de mi historia personal la que me las ha ido clarificando y definiendo.
Al que ahora veo como Padre y Madre, en mi Primera Comunión, solo era
el Dios de mis padres, que muy celosamente me lo fueron inculcando, con
naturalidad, de acuerdo a los tiempos que se vivían en los años cincuenta.
Curiosamente, el párroco, tal vez sin saberlo, fue sembrando con sus
catequesis, llenas del espíritu Conciliar de los sesenta, lo que finalmente descubrí
en mi madurez. Dios y su Reino, están tan presentes en mi existencia que no la
entiendo sin Él.
La fraternidad de la gran familia humana, no me ha venido con los
estudios y la posterior formación
intelectual. La semilla se plantó en las catequesis de confirmación, no tenía
más de 10 años, cuando al salir de la iglesia y regresando a mi casa, fui consciente de que todas las personas éramos
hermanos, incluso mis padres, esta fue la novedad. Con el tiempo además de ser Hermano
de la Salle, me he embarcado en la iniciativa social del Círculo de la Fraternidad, como expresión de la hermandad universal
en la que creo, vivo y proclamo con empeño, el último jueves de cada mes en los
espacios públicos.
Vivir con inmigrantes, estos últimos años, es la manera más normal
de plasmar mi compromiso por los pobres que vi ejercer en el seno de mi
familia. Siendo niño, mi madre, me sirvió de modelo de cómo atender a personas
necesitadas, aún sin conocerlas. Pienso que me compró “las gafas” que me hacen ver, sentir, mirar y convivir con los
empobrecidos de la familia humana (mis hermanos), a los que, el Dios de Jesús,
me pide que les quiera y ayude para que recuperen su dignidad y derechos
humanos tan pisoteados e ignorados.
Puedo decir, que estos tres hilos, son los que han ido tejiendo mi
vida con sus vaivenes, retrocesos, alegrías, sufrimientos, aciertos, desengaños,
satisfacciones,… en cualquier caso, con la conciencia más clara de que el
recorrido no ha sido en vano y que el futuro, siempre por hacer, va por buen
camino.
Toda esta historia, no sería la misma, sin las personas que se han
acercado a mi vida en cualquiera de sus etapas
y allá en donde he estado.
Niños, adolescentes, jóvenes y adultos, que habéis dejado vuestra impronta en
mi existencia; todavía más, cercanía que espero en el camino que me queda. Por mi
parte estaré disponible. Por cierto, aún soy joven, vamos, que el asunto va para
largo. En todo caso lo que Dios quiera.
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