No, no se trata de una frase bonita. De hecho estoy hablando de 'mi familia'. Es la consecuencia directa de mi fe en Dios. Terminaba la reflexión, del domingo pasado, hablando de la familia humana y, mira por donde, los pobres son de mi familia. Es decir, son mis hermanos y hermanas... pobres.
Tal vez por la edad voy simplificando las cosas, aunque el mundo en el que vivimos, a la hora de interpretarlo, se caracteriza por su complejidad y pluralidad. No obstante, entiendo que no podemos hablar, sin más, de blanco y negro. Hay más tonos. Pero sí constato que este mundo se divide entre ricos y pobres. Entre los que viven y malviven. Entre los que mueren de hambre y tiran comida por sobreabundancia. Entre los que se enriquecen a costa de los que se empobrecen, es decir, aquello de que la riqueza (de algunos) se hace a costa de la pobreza (de la mayoría).
En mi caso, los pobres, no son una retórica o romanticismo. Estoy viviendo con ellos. Y perdonen mi osadía, pero sé de lo que hablo. No hablo, solo, de la problemática de la inmigración, es que vivo con jóvenes inmigrantes, que vienen de países empobrecidos (y no entro en las causas). Traen su cultura, sus pobrezas, sus carencias, sus valores, sus limitaciones, sus costumbres, sus creencias,... por lo que no olvidemos, que lo sustantivo, no es que son inmigrantes, sino que son personas con todas esas circunstancias.
Tengo que volver a mi infancia para situar las raíces de esta situación. A parte de que mi familia era de condición humilde y modesta; algunas experiencias con vagabundos atendidos por mi madre y ayudas a familias más empobrecidas, fueron marcando mi sensibilidad hacia el mundo de los pobres y marginados. Pero fueron mis años de formación (con experiencias concretas y continuadas), los que contribuyeron a forjar esta conciencia social. Sin embargo, está siendo mi época adulta, la que ha sistematizado y definido esta opción por los pobres.
Entiendo que la teoría y la práctica, la reflexión y el contacto directo, las experiencias vividas junto con los estudios teológicos, me han ido acercando a los pobres; no como a personas que necesitan ayuda por sus carencias, cuanto a los pobres como hermanos míos que me debo a ellos, porque han tenido mala suerte en la vida. Pero también constato, que hay otras personas, que por otros caminos han llegado las mismas conclusiones. Lo que me alegra, porque significa que los seres humanos tenemos parecidas respuestas ante las mis situaciones, dificultades y problemas.
Muchas veces me ha preguntado el porqué de ésta dimensión en mi vida. Si con dar limosna, de vez en cuando, sería suficiente, pues lo hace mucha gente; incluso el hacerse voluntario en una de las muchas Oeneges o Asociaciones altruistas, ya estaría de notable; sin embargo, no las veo suficientes para dar respuestas a los sueños y utopías que tengo desde hace muchos años. Por otro lado, sé que no voy a cambiar nada, que no tengo madera de superhombre para transformar la sociedad; pero, acercarme a los pobres, estar a su lado, me ha ayudado a descubrir que todos nos necesitamos mutuamente.
Las personas pobres no solo son receptores, son también emisores. A lo mejor les damos cosas materiales que necesitan, les arreglamos la documentación para las administraciones, les promocionamos con los programas educativos,... Sí, es verdad, pero y lo que ellos no dan (al menos me dan). En mi caso, me han puesto los pies en la tierra, me han ayudado a relativizar muchas cosas, me han hecho más agradecido, cercano; sin la menor duda, han contribuido en mi crecimiento personal, y esto por decir algunas de las muchas cosas recibidas. Aunque pobres, dan lo que tienen.
Me cabe la duda, de que todo esto no sea nada más que una anécdota, aunque larga, en mi vida. Tengo la esperanza de que continúe siendo una dimensión fundamental, que la siga configurando y fortaleciendo; a la familia no hay que abandonarla, y más, cuando lo necesita.
Tal vez por la edad voy simplificando las cosas, aunque el mundo en el que vivimos, a la hora de interpretarlo, se caracteriza por su complejidad y pluralidad. No obstante, entiendo que no podemos hablar, sin más, de blanco y negro. Hay más tonos. Pero sí constato que este mundo se divide entre ricos y pobres. Entre los que viven y malviven. Entre los que mueren de hambre y tiran comida por sobreabundancia. Entre los que se enriquecen a costa de los que se empobrecen, es decir, aquello de que la riqueza (de algunos) se hace a costa de la pobreza (de la mayoría).
En mi caso, los pobres, no son una retórica o romanticismo. Estoy viviendo con ellos. Y perdonen mi osadía, pero sé de lo que hablo. No hablo, solo, de la problemática de la inmigración, es que vivo con jóvenes inmigrantes, que vienen de países empobrecidos (y no entro en las causas). Traen su cultura, sus pobrezas, sus carencias, sus valores, sus limitaciones, sus costumbres, sus creencias,... por lo que no olvidemos, que lo sustantivo, no es que son inmigrantes, sino que son personas con todas esas circunstancias.
Tengo que volver a mi infancia para situar las raíces de esta situación. A parte de que mi familia era de condición humilde y modesta; algunas experiencias con vagabundos atendidos por mi madre y ayudas a familias más empobrecidas, fueron marcando mi sensibilidad hacia el mundo de los pobres y marginados. Pero fueron mis años de formación (con experiencias concretas y continuadas), los que contribuyeron a forjar esta conciencia social. Sin embargo, está siendo mi época adulta, la que ha sistematizado y definido esta opción por los pobres.
Entiendo que la teoría y la práctica, la reflexión y el contacto directo, las experiencias vividas junto con los estudios teológicos, me han ido acercando a los pobres; no como a personas que necesitan ayuda por sus carencias, cuanto a los pobres como hermanos míos que me debo a ellos, porque han tenido mala suerte en la vida. Pero también constato, que hay otras personas, que por otros caminos han llegado las mismas conclusiones. Lo que me alegra, porque significa que los seres humanos tenemos parecidas respuestas ante las mis situaciones, dificultades y problemas.
Muchas veces me ha preguntado el porqué de ésta dimensión en mi vida. Si con dar limosna, de vez en cuando, sería suficiente, pues lo hace mucha gente; incluso el hacerse voluntario en una de las muchas Oeneges o Asociaciones altruistas, ya estaría de notable; sin embargo, no las veo suficientes para dar respuestas a los sueños y utopías que tengo desde hace muchos años. Por otro lado, sé que no voy a cambiar nada, que no tengo madera de superhombre para transformar la sociedad; pero, acercarme a los pobres, estar a su lado, me ha ayudado a descubrir que todos nos necesitamos mutuamente.
Las personas pobres no solo son receptores, son también emisores. A lo mejor les damos cosas materiales que necesitan, les arreglamos la documentación para las administraciones, les promocionamos con los programas educativos,... Sí, es verdad, pero y lo que ellos no dan (al menos me dan). En mi caso, me han puesto los pies en la tierra, me han ayudado a relativizar muchas cosas, me han hecho más agradecido, cercano; sin la menor duda, han contribuido en mi crecimiento personal, y esto por decir algunas de las muchas cosas recibidas. Aunque pobres, dan lo que tienen.
Me cabe la duda, de que todo esto no sea nada más que una anécdota, aunque larga, en mi vida. Tengo la esperanza de que continúe siendo una dimensión fundamental, que la siga configurando y fortaleciendo; a la familia no hay que abandonarla, y más, cuando lo necesita.
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