La palabra fraternidad no es nueva
para mí. No se lo van
a creer, pero en las catequesis parroquiales que recibí en mi pueblo, en los
años sesenta, ya me inculcaron este concepto. No sé si eran los nuevos aires
conciliares, que transcurrían en esos años, pero en una de las catequesis, el
párroco, nos explicó que todos éramos hermanos. Aquello me impacto de tal
forma, que llegando a mi casa pensé que mi padre y mi madre, también eran mis
hermanos. Hay que decir, que no lo entendía muy bien.
Han pasado más de cincuenta años de
aquellos hechos, y ahora, sí estoy convencido
del sentido y la importancia de la fraternidad. Aquella raíz ha germinado en un
árbol, que va fortaleciéndose y definiéndose en el bosque que habitamos. Por
cierto no soy original. Participo de las corrientes humanistas, sociales y religiosas
que la han definido y propuesto a lo largo de la historia. ¡Siempre aprendiendo
de los demás!
Tengo que confesar, que ha sido mi fe
cristiana, la que ha
clarificado y potenciado, en mí, la importancia de la fraternidad, y entiendo que es el
mejor medio y herramienta para cambiar y transformar la sociedad. Sentirnos y
querernos como hermanos y hermanas sería la verdadera solución. La familia
humana, de la que ya hemos hablado en otras ocasiones, tiene aquí su razón de
ser. Creo que las otras religiones, con diferente terminología, concluyen de
manera semejante. Sin duda, el diálogo interreligioso puede acercar posturas.
Ahora bien, no crean que es fácil vivir como hermanos y hermanas, si echamos una mirada a nuestras propias familias, sin duda, tendremos la respuesta más clara. Ampliando el horizonte, piensen en los numerosos y diferentes contextos familiares, con sus creencias, razas, ideologías, costumbres, éticas, leyes,... entonces, se darán cuenta, de que esto de la fraternidad, es un verdadero reto. Pero, sin duda, el camino para una sociedad más humana y feliz. Razones y justificaciones no faltan.
Libertad, igualdad y fraternidad, como sabemos, eran las palabras
claves de la Revolución francesa. Por los sistemas económicos y modelos sociales,
establecidos después de la 2ª Guerra Mundial, explicitados en los dos bloques que dividieron al mundo durante décadas, sabemos que las dos primeras han
fracasado. Creo que nos falta apostar por la tercera y darle la oportunidad, con unas políticas y una economía que tengan en el centro a las personas y el bien común. Igual es el camino para hacer posible las otras dos. El diálogo intercultural
lo puede favorecer.
La Declaración de los Derechos Humanos,
rubricada por la
mayoría de los países del mundo, enuncia en su primer artículo que: “Todos los seres humanos nacen libres e
iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia,
deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. No faltan
voces, que sin la premisa religiosa, abogan por la fraternidad universal. Las
mismas ciencias sociales, hablándonos del ser humano, como ser social, o sea, ser
en relación, refuerzan esta dimensión de las personas.
La iniciativa social, el Círculo de la Fraternidad, pretende ser el
granito de arena, que varias asociaciones y religiones, de ámbito local,
queremos aportar para configurar esa gran familia humana. Por consiguiente,
desde el respeto a las identidades, los ideales y las creencias -de cada cual- y, desde la tolerancia y el diálogo, apostamos
por vivir y convivir como hermanos y hermanas, en este mundo que tanto lo
necesita.
Estamos convencidos, muchas personas, que
es más lo que nos une que lo que nos divide. Igual tenemos que poner el acento
en la unión.
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