Con tantos títulos marianos,
advocaciones, devociones y dogmas, nos hemos olvidado de que, María de Nazaret,
fue una mujer. Y, una mujer, a
tope: ¡Como Dios manda! Resulta que con tantas historias, al final, nos ha
quedado oculta la auténtica mujer, que fue María. La hemos puesto tan lejana y
de tan difícil acceso que su modelo de mujer, madre y esposa, con tanto espiritualismo
barato, ha quedado anulado.
Tenemos
suficientes datos en el evangelio, como para enorgullecernos
de una mujer que supo gobernar su vida con plena lucidez y libertad. Por lo que
sabemos no escatimó esfuerzos, y sus decisiones, fueron firmes. Claro que dudó
para tomarlas, pero una vez tomadas, no miró hacia atrás.
Desde
el principio se nos habla de una joven con carácter, hasta
al enviado de Dios le pone pegas, pues, se está jugando su futuro y quiere las
cosas claras, al final acepta ser la madre de Jesús. Por otro lado, no duda en
ayudar a su prima Isabel, me imagino que es lo que harían en aquella época
todas las mujeres, ella no iba a ser menos.
Es
una madre preocupada por su hijo. Tanto cuando se pierde de
adolescente en Jerusalén, como cuando está predicando por los pueblos. También
cuando le van bien las cosas, en el contexto de una boda, como cuando está
al pie de la cruz, sufriendo por la muerte de su hijo. ¡Qué madres no hacen lo mismo!
Sin
embargo, la hemos ‘sacralizado’ tanto, que de ella solo esperamos mercedes,
por consiguiente, su ejemplo y modelo de vida lo hemos aparcado. No nos
interesa. Es más, le pedimos que nos solucione nuestros problemas, que para eso
es tan buena intercesora. Me pregunto qué es lo que estará pensando allá en el ‘cielo’.
Para
colmo, el ‘devocionismo’ mariano, se inventó una plegaria, que
ni siquiera está inspirada en los evangelios. Me refiero a la Salve (Salve Regina). No dudo que ha inspirado gran devoción a
muchísimas personas a lo largo de los siglos y, en la actualidad, lo sigue
siendo. Pero, a mí me sugiere una espiritualidad derrotista, negativa y un
tanto alejada de la vida cotidiana.
Prefiero el Magníficat. Entre otras cosas porque es una
oración que dijo María. Ya sabemos que aparece, esta hermosa y desafiante plegaria,
cuando en el evangelio de Lucas, María de Nazaret, se encuentra con su prima
Isabel. Es tanta la alegría y el gozo que tiene, que lo expresa con este himno
de agradecimiento y, a la vez, de denuncia. A lo mejor, es por eso, que no la conoce tanto el Pueblo de Dios.
Por mi parte, para recordar a María, que tan buenos ejemplos de vida nos
dejó; termino citando su oración y plegaria, en la que manifiesta su agradecimiento, gozo y alegría, tomada de (Lc: 1,46-55):
"Proclama mi alma la
grandeza del Señor,
y se alegra mi espíritu
en Dios, mi Salvador;
porque ha puesto sus
ojos en la humildad de su esclava,
y por eso desde ahora
todas las generaciones me llamarán bienaventurada,
porque el Poderoso ha
hecho obras grandes en mí:
su nombre es Santo,
y su misericordia llega
a sus fieles
de generación en
generación.
Él hizo proezas con su
brazo:
dispersó a los soberbios
de corazón,
derribó del trono a los
poderosos
y enalteció a los
humildes,
a los hambrientos los
colmó de bienes
y a los ricos los
despidió vacíos.
Auxilió a Israel, su
siervo,
acordándose de la
misericordia
-como lo había prometido
a nuestros padres-
en favor de Abraham
y su descendencia por
siempre".
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