Todos sabemos que el
mundo está muy mal. Y no nos faltan las soluciones. Casi todas ellas se
centran en los gobiernos. Es fácil escuchar que son ‘los de arriba’ lo que
tienen el dinero y el poder para cambiar
las cosas. ¡Hombre! Algo pueden aliviar, pero cambiarlo… ¡Nunca! Miren, miren
la historia.
Cada vez me confirmo
más en que el cambio vendrá, cuando
cambiemos las personas –individualmente -, me refiero. El mundo está llenos
de seres humanos, hombres y mujeres, que como personas somos iguales, en
dignidad y derechos, pero, que no los somos en todo lo demás. Y no hablo de las
diferencias, normalizadas, que nos
vienen por las razas, las religiones o las culturas.
Me estoy refiriendo a
que cada persona somos única y distinta a todas las demás. Cada cual es un
ser único e irrepetible: ya sea africano, europeo, americano o asiático. Y como
ser original tiene su personalidad, su carácter, su temperamento, sus valores,
sus defectos, sus limitaciones, sus habilidades, sus fobias, sus complejos, sus
intuiciones, su pasado, su presente, su herencia genética, su contexto en el
que habita, su propia familia, etc. etc.
Y lo que somos lo
proyectamos. Nuestra familia acusa lo buenos y lo malo que tenemos. A nuestras
amistades también les afecta lo que somos. Lo mismo podemos decir, del lugar en
el que trabajamos, del barrio o de la ciudad en que vivimos; en fin, las
personas que nos rodean, en nuestra vida cotidiana, están afectadas (¿contaminadas?) de nuestro ser, y ya
digo, tanto para bien como para mal.
El asunto está en si ‘controlamos’
lo que somos y proyectamos a los demás. La persona egoísta proyectará su egoísmo.
La bondadosa proyectará bondad. Cuando somos propensos al engaño y la mentira,
pues, engañaremos y mentiremos. Si tenemos facilidad para la alegría y el buen
humor los demás estarán encantados. Ahora que si la avaricia y el poder, desmedidos,
nos dominan, sin duda, los demás los padecerán,
Me pregunto
¿quién no ha pagado sin IVA una factura para ahorrarse unos euros? ¿Quién no ha
firmado un documento sabiendo sus consecuencias? ¿Quién no ha ocultado algo
para favorecer sus intereses? ¿Quién no se plantea ‘ir a su bola’ sin tener en
cuenta los problemas de los demás? ¿Quién no se hace indiferente? ¿Quién…?
Basta que ‘bajemos’ a
las profundidades de nuestro ser, para constatar nuestras incoherencias,
para felicitarnos por las buenas cosas que somos y tenemos, para descubrir las deficiencias
que deberíamos corregir, para enumerar los rasgos de nuestro ser –que bien
activados- nos harían felices, pero, ¡Ay! la pereza, y la desidia, la comodidad
y la desgana,…
Hoy empezamos los
cristianos el tiempo de adviento. En los textos litúrgicos se nos va a
invitar a prepararnos, a convertirnos, a cambiar aquellas cosas que ‘chirrían’
en nuestra realidad personal, ¿aprovecharemos la oportunidad que se nos brinda?
Aunque para estos asuntos no hace falta que lleguen tiempos especiales.
Creo que cada ser
humano, por su condición de tal, está llamado a crecer, a madurar, a realizarse
plenamente como persona. Eso sí, tiene que dedicar tiempo para dicha tarea. La
felicidad nos va en ello. Y nuestra felicidad, sin la menor duda, afectará
positivamente a los demás.
Como casi siempre pienso como tu. Que difícil es eso de pensar en que es lo que podemos cambiar/mejorar en nuestro día a día y que fácil echarle la culpa de lo mal que va todo a los demás. Que difícil dejar de mirarnos el ombligo y que fácil no prestar ni un poco de atención a nuestros vecinos. Debemos empezar a cambiarnos a nosotros mismos para que poco a poco las cosas puedan cambiar. Pero es más fácil compadecernos de como están las cosas que cambiar ni un ápice nuestras conductas.
ResponderEliminarGracias. Bueno, pues así están las cosas.
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