Vivimos en los inicios del tercer
milenio una época que podemos denominar: SÍNDROME
DEL AVE:
Acelerados: Que significa según el diccionario, dar mayor velocidad o aumentar
la velocidad. Y añade, el ser impacientes,
nerviosos. Darse prisa en todo.
Vapuleados: Que significa según el diccionario, zarandear de un lado a otro
a alguien o algo. Y también, reprender,
criticar o hacer reproches duramente a alguien.
Estresados: Que
significa según el diccionario, que sufren estrés. Que están
estresados por exceso de trabajo.
No sé si nos identificamos con cualquiera de estas definiciones y,
por consiguiente, si tenemos y padecemos el síndrome del AVE. A mí me surgen
estas reflexiones que ahora os comunico. En muchas ocasiones nos desbordan los
acontecimientos, las personas que nos rodean, la situación familiar, el trabajo
diario y rutinario,…
Si escribiéramos nuestra escala de valores, damos por supuesto, que
en primer lugar estaría el más importante, pero es probable que al que más
tiempo dedicamos, y además de forma urgente, es el que ocupa el último lugar.
No es raro que estemos hablando con alguien en casa o en el
despacho, y nos llamen al teléfono, pero es que cuando nos estamos despidiendo
del que nos ha llamado, entonces nos suena el móvil, con lo cual en pocos
minutos hemos triplicado nuestra conversación y, al final, no sabemos muy bien
si ha servido para algo.
Vamos muy rápido en todo: de la cama a la cocina, después al coche,
luego al colegio, a continuación a la clase, o en su caso al centro de trabajo (o
a la cola del paro), y por la tarde, después de comer, vamos al club o al
gimnasio, para terminar cenando y sin mucho tardar a la cama. De forma que en
poco tiempo vivimos lo que otras generaciones tardaban años. Me pregunto si
asimilamos y digerimos lo que nos pasa. En realidad vivimos atropelladamente.
No saboreamos, no nos recreamos en lo que nos rodea.
¿Cuándo nos paramos, cuándo caminamos, cuándo charlamos “sin
tiempo”, cuándo estamos solos, cuándo nos dedicamos tiempo si mirar al reloj,
cuándo dedicamos tiempo a nuestra
pareja, a nuestra comunidad, a nuestros hijos, a nuestros amigos, pero solo por
el placer de estar con ellos, sin ninguna utilidad práctica,…?
¿Cuándo me quito el rol de profesor, de madre, de médico, de parado,
de taxista, de abuelos, de jefe, de jubilado,… para quedarme solamente yo?. Yo
y nada más. A solas conmigo mismo o conmigo misma diríais las mujeres.
¿Cuándo?... ¿Cuándo? ¿Cuándo fue la última vez que entré en mi interior, en lo
más profundo de mí ser y le dediqué el suficiente tiempo para conocerlo más?
“Conócete a ti mismo” decía un templo griego.
¿Me intereso por mí? ¿Me preocupa mi vida personal, individual, la
que me define como soy, como persona diferente a mi mujer, a mi marido, a mis
hijos, a mis amistades, a los colegas del trabajo, a los enfermos del hospital,
a los vecinos, …?
Tal vez me tengo olvidado. A lo mejor es una cuestión que no es
prioritaria en mi vida. Antes, y siempre, los demás, mis ocupaciones y
responsabilidades y, al final, si queda tiempo y si no estoy muy agobiado,
igual, me acuerdo de mí y me dedico un poquito de tiempo. ¿Cómo llevo mi
crecimiento personal? ¿Lo tengo planificado? ¿Me rijo por un proyecto de vida para avanzar?
Llegados a esta altura, la pregunta sale por sí sola Y… ¿Para qué
hacer el esfuerzo de llegar a lo más interior de mí persona? ¿Qué utilidad
tiene dejar a un lado el trasunto y rutinas de mi vida cotidiana? ¿Para qué
sirve profundizar hasta lo más hondo de mi ser?
Nos quedan muchos días por delante, para ir contestando estas
cuestiones.
Sólo tengo una respuesta para tus preguntas: porque soy la protagonista de mi vida. Y esa respuesta a mi me sirve.
ResponderEliminarInma.