Las vacaciones tienen eso, que puedes ir a la playa. Si algo tenemos en este planeta son playas. Me imagino la playa como la gran 'sala de estar de nuestra casa'. Digamos que, la familia humana, habita en una gran casa: la tierra, y tiene un gran salón, en el que la familia se reúne para charlar, divertirse, verse, jugar, hablar,... en fin, de todo un poco. Como en tantas cosas, nuestra madre tierra, sabía lo que hacía para que sus hijos disfrutaran y gozaran, de buenos espacios, para su ocio y tiempo libre.
Esta semana estuve en la playa, por la tarde, cuando el sol va de caída. La verdad, a mí mucho calor me molesta, además, soy de secano. Pero me gusta pisar la arena y meterme en el agua, sobre todo, cuando hay oleaje. Y lo había. Disfruto creyendo que lucho contra las olas. Siempre salgo perdiendo. Pero lo paso muy bien. Después me seco al sol y, a leer un poco. La lectura también tiene su buen ambiente en la playa.
Todo eso no quita que observe lo que hay a mi alrededor. Es otro de los ingredientes playeros.
En el 'gran salón' de la casa, que hablábamos antes, se dan cita -por derecho propio- todos 'sus inquilinos'. ¡Están en su casa! Y, la verdad, en sus rostros se ven sonrisas, distensión, serenidad, relajación. Se ve que están a gusto. Sus conversaciones tienen un tono amable. Alguna vez se oye un grito, porque los retoños se alejan más de la cuenta. Pero es un grito cariñoso. El ambiente es agradable. La gente va a lo que va.
Cuando uno llega a la playa, a cualquier playa, aquello parece un caos. Un auténtico caos. Hay gente por todos los sitios: niños jugando en la arena; sombrillas de todos los colores; personas mayores paseando o sentadas; las gaviotas esperando que se vaya la gente para aprovechar las sobras... Sin embargo, tal caos es la primera impresión. Uno mira más de cerca, y está todo controlado. De caos nada. Desde el bebé que está en el carrito, pasando por los adolescentes que se divierten en el agua y, continuando, por tantos hombres y mujeres que pasean por la playa; cada cual sabe con quién está y porqué ha ido a la playa. Digamos que es un caos controlado. Podemos hablar hasta de armonía. No hay muchas estridencias. La luz, el colorido, las cometas en el aire, los surfistas con sus tablas, los altavoces con sus consignas y músicas, las duchas para quitarte el salitre, los chiringuitos de madera vista, los pregoneros de los carritos de helados, o jóvenes (casi siempre africanos) que se ganan la vida vendiendo pulseras, gafas, un sin fin de cosas y baratijas. Todo un mundo en movimiento, en las mil direcciones, que da de si el espacio arenoso que nos convocó.
Estar en la playa es entretenido. Uno se baña, toma el sol pero sin querer se entera de la vida de los demás. Podemos decir que se manifiesta la vida en todos sus registros. Da gusto ver la ternura de los padres para con los hijos; a los enamorados intimando, en lo que de margen da un sitio tan 'poblado'. Los abuelos acercando al agua a los nietos, que a veces no se quieren soltar de la mano, porque el oleaje parece un poco atrevido, bastantes niños haciendo castillos, que el agua se encarga de derribarlos, las torres de los 'vigilantes de la playa' con sus banderas de colores,...
En fin, grupos de personas aquí y allá jugando a las cartas, o poniendo la mesa para comer o merendar junto al agua; pues eso, la playa facilita todas estas cosas con jovialidad, buena convivencia y alegría por doquier. Claro que también tiene sus inconvenientes, pero la vida cotidiana nos tiene abrumados, como para traerlos a una tarde tranquila, con una brisa del mar tan agradable, y que te deja nuevo.
Para qué seguir, merece la pena ir a la playa.
Esta semana estuve en la playa, por la tarde, cuando el sol va de caída. La verdad, a mí mucho calor me molesta, además, soy de secano. Pero me gusta pisar la arena y meterme en el agua, sobre todo, cuando hay oleaje. Y lo había. Disfruto creyendo que lucho contra las olas. Siempre salgo perdiendo. Pero lo paso muy bien. Después me seco al sol y, a leer un poco. La lectura también tiene su buen ambiente en la playa.
Todo eso no quita que observe lo que hay a mi alrededor. Es otro de los ingredientes playeros.
En el 'gran salón' de la casa, que hablábamos antes, se dan cita -por derecho propio- todos 'sus inquilinos'. ¡Están en su casa! Y, la verdad, en sus rostros se ven sonrisas, distensión, serenidad, relajación. Se ve que están a gusto. Sus conversaciones tienen un tono amable. Alguna vez se oye un grito, porque los retoños se alejan más de la cuenta. Pero es un grito cariñoso. El ambiente es agradable. La gente va a lo que va.
Cuando uno llega a la playa, a cualquier playa, aquello parece un caos. Un auténtico caos. Hay gente por todos los sitios: niños jugando en la arena; sombrillas de todos los colores; personas mayores paseando o sentadas; las gaviotas esperando que se vaya la gente para aprovechar las sobras... Sin embargo, tal caos es la primera impresión. Uno mira más de cerca, y está todo controlado. De caos nada. Desde el bebé que está en el carrito, pasando por los adolescentes que se divierten en el agua y, continuando, por tantos hombres y mujeres que pasean por la playa; cada cual sabe con quién está y porqué ha ido a la playa. Digamos que es un caos controlado. Podemos hablar hasta de armonía. No hay muchas estridencias. La luz, el colorido, las cometas en el aire, los surfistas con sus tablas, los altavoces con sus consignas y músicas, las duchas para quitarte el salitre, los chiringuitos de madera vista, los pregoneros de los carritos de helados, o jóvenes (casi siempre africanos) que se ganan la vida vendiendo pulseras, gafas, un sin fin de cosas y baratijas. Todo un mundo en movimiento, en las mil direcciones, que da de si el espacio arenoso que nos convocó.
Estar en la playa es entretenido. Uno se baña, toma el sol pero sin querer se entera de la vida de los demás. Podemos decir que se manifiesta la vida en todos sus registros. Da gusto ver la ternura de los padres para con los hijos; a los enamorados intimando, en lo que de margen da un sitio tan 'poblado'. Los abuelos acercando al agua a los nietos, que a veces no se quieren soltar de la mano, porque el oleaje parece un poco atrevido, bastantes niños haciendo castillos, que el agua se encarga de derribarlos, las torres de los 'vigilantes de la playa' con sus banderas de colores,...
En fin, grupos de personas aquí y allá jugando a las cartas, o poniendo la mesa para comer o merendar junto al agua; pues eso, la playa facilita todas estas cosas con jovialidad, buena convivencia y alegría por doquier. Claro que también tiene sus inconvenientes, pero la vida cotidiana nos tiene abrumados, como para traerlos a una tarde tranquila, con una brisa del mar tan agradable, y que te deja nuevo.
Para qué seguir, merece la pena ir a la playa.
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