Increíble, pero cierto. Nada menos que en la selva. La misma selva a
la que le estamos 'robando' sus árboles milenarios. De hecho, un trecho del
trayecto, lo hicimos por las transamazónica. Pero vayamos aclarando algunas
cosas. Me encuentro en un proyecto misionero (también llamado de cooperación)
organizado por SOPRO-PROYDE, dos ONGS de La Salle, que llevan más de 20 años
con estas 'iniciativas veraniegas". Una de las familias que trabajan en el
Centro Social de la Salle, en Uruará, al norte de Brasil, nos invitó a pasar el
domingo con su familia. Y allá que nos fuimo. ¡Qué atrevidos!
Será un día que no olvidaremos, al menos los españoles. Llegar al lugar, una finca extensa en la que cultivan el cacao, entre otras cosas, fue casi una odisea: carretera cortada varias veces, porque había camiones atravesados. Lluvia constante que dificultaba la conducción (no hay asfalto), y pese a todo, disfrutando del paisaje, del trinar de los pájaros exóticos, y saboreando el aire puro, sin ninguna contaminación,... ¡estamos en el pulmón de nuestro querido planeta!
Cuando por fin llegamos (tres horas unos 50 kilómetros), nos estaban esperando, más de 80 personas de todas las edades, en un ambiente festivo, con un sol espléndido y con una naturaleza benévola, congraciándose con los allí convocados. Un clima lleno de cordialidad, alegría, cantos y bailes estuvieron presentes, hasta que nos fuimos por la tarde. ¡Y no conocíamos a nadie!.
Desde luego las rutas turísticas no contemplan estas visitas. Y participar en una fiesta, en medio de la selva, no deja de ser una suerte. Lo consideramos un regalo, inesperado. Un privilegio.
Si algo destacaba en el ambiente era la naturalidad. Todo estaba empañado de lo espontáneo, sin artificios. Se ve que el contexto lo hace todo. Habían matado una vaca y la barbacoa, todo en estas tierras es grande, no daba a basto para atender a los comensales. La carne estaba acompañada por arroz, manyoca, ensaladas variadas, zumos con sabores naturales y cerveza. Sí, había cerveza, por cierto, muy buena.
El grupo era muy diverso, la población brasileña lo es, y lo vive con mucha naturalidad: personas de color, mestizos, europeos, indígenas,.. No es que nos entendiéramos al cien por cien, pero sin duda, el ambiente favorecía una excelente comunicación, más allá del uso de las palabras. Los gestos, las sonrisas, las miradas,… dicen muchas cosas. A eso le podemos añadir que el portugués y el español tienen bastantes palabras en común. Bueno, y nosotros que teníamos ganas de comunicarnos.
Por lo demás, uno se distancia de aquel espacio privilegiado, y constata que las experiencias festivas de los seres humanos, tienen el mismo patrón. Las relaciones humanas necesitan de estos tiempos gratuitos, donde desaparecen los roles cotidianos y 'nos vestimos' de lo que somos. Personas con ganas de divertirse, de reír, de compartir historias,... sin prisas, sin mirar el reloj, abriéndose a la novedad, conviviendo desde lo más humano que nos caracteriza.
¡Ojalá que no nos falten ni estos días, ni personas que estén a nuestro lado!
Será un día que no olvidaremos, al menos los españoles. Llegar al lugar, una finca extensa en la que cultivan el cacao, entre otras cosas, fue casi una odisea: carretera cortada varias veces, porque había camiones atravesados. Lluvia constante que dificultaba la conducción (no hay asfalto), y pese a todo, disfrutando del paisaje, del trinar de los pájaros exóticos, y saboreando el aire puro, sin ninguna contaminación,... ¡estamos en el pulmón de nuestro querido planeta!
Cuando por fin llegamos (tres horas unos 50 kilómetros), nos estaban esperando, más de 80 personas de todas las edades, en un ambiente festivo, con un sol espléndido y con una naturaleza benévola, congraciándose con los allí convocados. Un clima lleno de cordialidad, alegría, cantos y bailes estuvieron presentes, hasta que nos fuimos por la tarde. ¡Y no conocíamos a nadie!.
Desde luego las rutas turísticas no contemplan estas visitas. Y participar en una fiesta, en medio de la selva, no deja de ser una suerte. Lo consideramos un regalo, inesperado. Un privilegio.
Si algo destacaba en el ambiente era la naturalidad. Todo estaba empañado de lo espontáneo, sin artificios. Se ve que el contexto lo hace todo. Habían matado una vaca y la barbacoa, todo en estas tierras es grande, no daba a basto para atender a los comensales. La carne estaba acompañada por arroz, manyoca, ensaladas variadas, zumos con sabores naturales y cerveza. Sí, había cerveza, por cierto, muy buena.
El grupo era muy diverso, la población brasileña lo es, y lo vive con mucha naturalidad: personas de color, mestizos, europeos, indígenas,.. No es que nos entendiéramos al cien por cien, pero sin duda, el ambiente favorecía una excelente comunicación, más allá del uso de las palabras. Los gestos, las sonrisas, las miradas,… dicen muchas cosas. A eso le podemos añadir que el portugués y el español tienen bastantes palabras en común. Bueno, y nosotros que teníamos ganas de comunicarnos.
Por lo demás, uno se distancia de aquel espacio privilegiado, y constata que las experiencias festivas de los seres humanos, tienen el mismo patrón. Las relaciones humanas necesitan de estos tiempos gratuitos, donde desaparecen los roles cotidianos y 'nos vestimos' de lo que somos. Personas con ganas de divertirse, de reír, de compartir historias,... sin prisas, sin mirar el reloj, abriéndose a la novedad, conviviendo desde lo más humano que nos caracteriza.
¡Ojalá que no nos falten ni estos días, ni personas que estén a nuestro lado!
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