Fueron temprano, llegaron al sepulcro y se encontraron que estaba abierto y vacío. La historia del resucitado empieza con ellas; las mujeres que siguieron a Jesús hasta la cruz. Ellas son los primeros apóstoles: testigos de Jesús resucitado. Todo no acabó en la muerte. Jesús tenía razón. Lo suyo no fue un fracaso. Dios no lo abandonó, al tercer día lo resucitó. Jesús venció a la muerte. De esta manera, podemos afirmar, que la muerte es el último paso de la vida terrena y el primer paso de la vida futura. La vida es más fuerte que la muerte.
Por consiguiente, porque Jesús ha resucitado,
el ser humano tiene futuro. Todo no acaba en este mundo que habitamos. La vida
tiene sentido para vivirla. La razón de ser y la fuerza del cristianismo radican
en la resurrección de Jesús. Él, habiendo vivido en este mundo, en el que vivimos
nosotros, nos abre las puertas del más allá, nos amplía el horizonte, rompe los
límites del tiempo y del espacio y nos introduce en una nueva realidad o
dimensión; la cual, aún no la alcanzamos a ver ni a explicar, pero que ya está
ahí. Él mismo, con su vida, su mensaje, su testimonio inauguró estos tiempos
nuevos para la humanidad.
El Plan de Dios, al crear el mundo, desdibujado y roto por el ser humano, es
recuperado por Jesús, el Hijo de Dios, que vino con la misión de salvarnos, es
decir, de recordarnos lo que siempre hemos sido y nos hemos empeñado en
ocultar: Que tenemos a un Dios, Padre y Madre, que nos ama; que todos somos sus
hijos e hijas y, por consiguiente, que todos somos hermanos. Así, la familia
humana, recupera su identidad perdida. Y el amor, pasa a ser la seña de
identidad, que mejor define nuestra filiación y hermandad.
En los evangelios, volviendo a la Misión de
Jesús de Nazaret, nos encontramos las grandes líneas que nos dibujan el futuro
de la humanidad. Si pudieron quedar desautorizadas al morir en la cruz, según
las autoridades; quedaron restablecidas y rubricadas, por el mismo Dios, con su
resurrección. Jesús el resucitado, el Cristo, el Mesías, inauguró e inició el
camino. Nos toca, a sus testigos, es decir, a toda la Iglesia como Pueblo de
Dios, continuar su Misión.
Reconstruir la familia humana, una manera de
traducir lo del Reino de Dios, es vivir el amor filial y fraternal con todas
sus consecuencias. De esta forma, en una familia en la que todos se quieren y
aman, no tienen sentido las guerras, entre hermanos; no se entiende que una
parte de la familia se muera de hambre; no tiene cabida que unos hermanos exploten
y opriman a otros hermanos. Pero, sí es bienvenida la alegría de los que
perdonan a sus hermanos, hayan hecho lo que hayan hecho; sí es valorado a los
que ayudan a sus hermanos enfermos o en paro; sí son felices los que apuestan
por la paz y la justicia entre todos sus hermanos, sobre todo los más débiles y
necesitados…
El reto que tenemos por delante, los que
creemos en la resurrección de Jesús, es el de ser testigos, en este mundo
plural y globalizado, de que otro mundo es posible; y si es verdad que a lo
largo de la historia, hemos metido mucho la pata, también es verdad que hemos
aportado muchas luces que han favorecido la humanización. Hacer visible que la
paz, el perdón, la solidaridad, la verdad, la libertad, la alegría, el amor… es
posible entre hermanos, seguirá siendo nuestra mejor aportación, desde la fe en el
resucitado.
¡¡¡ Porque Jesús ha resucitado, los seres
humanos tenemos futuro!!!
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