Lo que tienen en común es que son
extranjeros, pero en realidad son muy
diferentes, tanto entre ellos mismos, como para nosotros. Aunque esas diferencias que existe entre ellos, se dan también entre nossotros. Si utilizamos
el criterio económico, que para estas cosas es casi el único que seguimos, resulta
que las diferencias son iguales en todo el mundo. Ser ricos o ser pobres, ahí está la
diferencia. ¡Ay! si recordáramos, con más frecuencia, que nosotros fuimos extranjeros
inmigrantes. Claro que, como ahora somos turistas en el extranjero…
Por si no me acabo de
explicar, lo de ricos y pobres, es igual en todo el planeta. La auténtica
diferencia viene dada por el dinero que tienes. Tu piel será de tal o cual color,
pero lo que importa es si tienes o no tienes dinero. Podrás ser musulmán o
cristiano, pero lo que interesa es el poder adquisitivo que tienes. Da igual
que seas hombre o mujer, si tienes sustanciosas cuentas en los bancos el buen
trato y respeto nunca te faltarán.
No obstante, detengámonos en los
extranjeros, ya sean turistas o inmigrantes. Lo más significativo y notorio es
que unos nos traen dinero, y otros, problemas. Unos son recibidos por las altas
autoridades en los aeropuertos; y otros son acogidos, también por las
autoridades, cuando llegan en las pateras. Los que vienen con traje y corbata
negocian hasta el último céntimo. Pero los que vienen en chándal, si se
descuidan, aunque se les explote, ni se les contrata o mal paga.
Hay deportistas de color, a los
que se les aplaude en los estadios y se les pide autógrafos, cuando se presenta
la ocasión. Hay hombres y mujeres de color, que están en los semáforos de
nuestras ciudades y, cuando nos aproximamos con el coche, cerramos las
ventanillas o levantamos los hombres, sino pisamos el acelerador. En fin, unos
extranjeros, nos parecen bien y les aplaudimos y otros, también extranjeros,
queremos que se vayan pronto.
Hasta que no nos quitemos las
‘gafas del dinero’ seguiremos viendo las cosas como venimos diciendo. Pero lo
de las ‘gafas’, no lo olvidemos, es un buen invento para ver mejor cuando se va
perdiendo la vista. Para eso las inventamos.
Claro que con unas buenas gafas, a los
extranjeros, los veríamos como personas, como seres humanos, igual que nos
vemos nosotros. La dignidad de la persona, los derechos humanos afectan –por igual-
a todos los que formamos la familia humana.
En el mundo globalizado, en el que estamos embarcados: los muros, las
barreras, las alambradas, las empalizadas, las fronteras, las clases sociales,
los intocables, los unos y los otros,… son conceptos que deberíamos desaprender
y, en su lugar, aprender otros nuevos. Eso sí, quitaría del diccionario la
palabra extranjeros, y potenciaría, en su lugar, la expresión ciudadanos del
mundo. Esto se ajustaría más a la realidad: todos vivimos en el planeta tierra.
Mientras tanto, en nuestros
barrios, en nuestras ciudades, en nuestros colegios, en los mercados, en las
plazas, en los estadios,… disfrutemos unos de otros, de las riquezas culturales
que tenemos, compartamos lo de cada cual y todo el mundo saldremos ganando. Lo
que es bueno y humaniza a unos - haciéndoles más felices -, sin duda, es
bueno y humaniza a todos los demás.
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