BARRIADA DE BELÉN - IQUITOS - PERÚ

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UN MINUTO DE FILOSOFÍA: “LOS SUEÑOS Y LOS RETOS ANIMAN EL CAMINAR"

domingo, 8 de enero de 2012

DE LAS RAÍCES DEL CAMPO A LOS ESCAPARATES DE LA CIUDAD

La suerte de tener vacaciones, te da la posibilidad de viajar. En mi caso, pasar por el pueblo, en el que nací, está dentro del programa. Cuando se pasa de la ciudad al pueblo o del pueblo a la ciudad, saltan a la vista multitud de contrastes. Y, aunque son realidades diferentes, en la práctica se necesitan mutuamente.
Es llamativo el éxodo urbano, a los pueblos, durante los fines de semana. Estos días navideños, las casas rurales, han tenido mucha demanda. Es otra forma de turismo. Se busca la tranquilidad, los ritmos lentos del campo, la soledad, estar con la familia, con los amigos. Es como si buscáramos todo aquello, que echamos en falta de la ciudad.
Por otro lado, resulta curioso, 'el abordaje' de las gentes del pueblo a la ciudad. Los centros comerciales, las tiendas, pasear por la ciudad, son prácticas que se prodigan durante los fines de semana y las vacaciones. Ir a la 'capital' tiene su encanto.
Varias generaciones, de hombres y mujeres, dejamos los pueblos, porque no teníamos futuro; la ciudad nos acogió y nos abrió muchos caminos. Sin embargo, ahora, volvemos a nuestras casas, calles y campos de la infancia, como para reencontrarnos con nuestra historia, con nuestra identidad, con nuestras raíces.
Si el campo nos da el alimento, la ciudad nos proporciona la técnica. Si el pueblo nos da la cercanía y familiaridad, la ciudad nos da la universidad y los hospitales...
No obstante, veo en la ciudad, rasgos de la cultura nómada. Hay muchas personas que están de paso. El espacio urbano, por razones laborables, no es definitivo para vivir. Hay mucha movilidad. Abundan los escaparates que te entretienen y seducen. Hay muchas distracciones pasajeras, que terminan cansando. Siempre vas con prisas; te asusta la velocidad de los coches. Todo es movimiento. Sin la menor duda, este ambiente influye en sus habitantes y en su manera de ser.
Y, observo, en los pueblos, rasgos de la cultura sedentaria. Es lo propio. Todo es más lento. La agricultura marca los ritmos. Las estaciones son, como un gran círculo, que señalan las fechas para hacer las mismas cosas de siempre. El guión está escrito. Hay tiempo para hacer las cosas con normalidad, sin prisas, para hablar con calma. Esta situación, también, configura a sus paisanos en su forma de ser.
Me atrevería a decir que en el espacio rural, las personas están más enraizadas. Las raíces, lo más común que se da en el campo, en todo lo que se planta y siembra, es la imagen de lo que hay en los pueblos. Decía Azorín, algo así como "que detrás de un arado hay un filósofo". Creo que no estaba descaminado. El ambiente te lleva a la reflexión, a la hondura del ser.
Sin embargo, los escaparates de la ciudad, me sugieren la superficialidad, lo externo. Muchas personas acentúan la imagen, su imagen. Es la cultura de la imagen, de las apariencias. El ambiente te diluye en el anonimato. No pretendo dejar la ciudad para volver al pueblo, ya lo hice en mi adolescencia, cuando me fui del pueblo a la ciudad.
Pero si algo he aprendido, es que pueblo y ciudad, ciudad y pueblo, son espacios y ámbitos de convivencia; complementarios, que se necesitan, que no pueden darse la espalda. La armonía entre ellos favorece, sin duda, el bienestar de tantos hombres y mujeres que viven en ellos.
Si hay que ir al pueblo, para volver a las raíces que conformaron nuestro ser; no podemos dejar de ir a la ciudad, lugar que nos ayuda a relativizar, tener amplitud de miras y abrirse a la universalidad.
Vivo en la ciudad, pero me gusta ir al pueblo.

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