Hace unos días, una monja tibetana, se inmolaba con fuego en su país. El 16 de noviembre, de 1989, asesinaban a cinco jesuítas y a dos mujeres, en el Salvador. A estos últimos les llamamos, con más propiedad, mártires. Todos ellos eran creyentes y, su fe en Dios, fue motivo para matarlos. La historia está llena del testimonio de hombres y mujeres, creyentes -de todas las religiones- y no creyentes, que les han quitado su vida, así, sin más, por su fe.
Por su fe en Dios, por la fe en sus utopías, por tener fe en sus ideales..., en cualquier caso, seres humanos, que han entragado lo que tenían de más valor: su propia vida. El siglo XX, fue testigo de las numerosas personas, que saltaron a las páginas de la prensa mundial porque, vilmente, les asesinaron. Quién no recuerda al obispo, Oscar Romero (1980), a Martín Luther King (1967), o bien, a Mahatma Ghandi (1948). Por no hablar de las numerosas guerras que se aprovechan para eliminar a los que "estorban", no tanto por su violencia -que son personas no violentas- cuanto por sus creencias. Basta meterse en el Google y la lista se hace interminable.
La historia está plagada, lamentablemente, de hombres y mujeres que han sido fieles a sus creencias y a sus ideales. Llevaron una vida normal. Vivían con sus familias, tenían sus trabajos y obligaciones. Eso sí, trataban de ser exigentes consigo mismos, ser honestos ante los demás, vivir con coherencia ante sus semejantes. Estaban comprometidos con la humanidad.
Su propia vida era suficiente para denunciar las injusticias, desenmascarar a los hipócritas, que bajo los ropajes de su autoridad, siempre se aprovechan de los demás. El testimonio, sus palabras son "las únicas armas" que utilizan para hacerles ver, a sus 'ejecutores', que se rodean de privilegios, establecen leyes que les benefician, utilizan la violencia para defender sus intereses, se sirven del poder, - que se les ha confiado- para incrementar sus bienes y riquezas,... y cuando alguien se lo recuerda, se lo dice..., ya encontrarán la manera para quitarlo del medio.
No hace falta remontarse a los romanos, cuando mataron a Jesús de Nazaret. Estos días, estamos viendo en los telediarios, cómo los dictadores siguen llenando las cárceles de "disidentes", están matando en la calle, a los que protestan por las condiciones inhumanas en las que viven, y están empobreciendo -no solo los dictadores- a poblaciones enteras, que mal viven excluidos y, de esta forma, terminan "asesinados" miserablemente.
Sí, sigue habiendo hombres y mujeres, auténticos, que no le temen a la vida, y denuncian, aún con el riesgo de sus vidas, la deshumanización que se sigue dando en la historia de la humanidad.
¡¡¡ MI FELICITACIÓN Y AGRADECIMIENTO POR SU TESTIMONIO!!!
Al hilo del asesinato de Ellacuría y sus compañeros, recuerdo que lei un librito sobre la situación de la Iglesia en El Salvador (no me preguntes el título, el disco duro no es lo que era...).Lo peor de todo es que esos crímenes que conocemos son la punta del iceberg: son los conocidos, los que, por una u otra razón, han saltado a la palestra. Pero son muchísimos más los que son perseguidos por su compromiso religioso, social o político. Hoy miramos por ejemplo a Siria, pero hace un año no nos planteábamos lo que pasaba allí. Y cuando nuestro mundo occidental se canse de mirar, pues nos volvemos hacia otro lado y tratamos de olvidar lo que hemos visto. Un saludo desde los fríos del Norte.
ResponderEliminarPor eso, de vez en cuando, hay que recordar a las personas que han dado su vida, por este mundo que todos queremos más humano, más fraterno y solidario.
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