Ha llegado la Semana Santa, aunque me atrevería a decir que casi llevamos un Mes Santo. Con esto del Coronavirus, uno se asombra de la bondad (santidad) que tiene tanta gente. No hace falta nombrarlos ya los venimos valorando desde hace mucho tiempo. Cuánto derroche de generosidad y solidaridad de la sociedad. Es para quitarse el sombrero ¡Chapó!
Volviendo a la Semana Santa. Para los cristianos es la semana grande, aunque este año, no van a salir las cofradías para expresar públicamente los Misterios de la Fe, ya está Caritas junto a otras tantas iniciativas de la Iglesia, que expresan su amor solidario y entrega generosa todos los días. Son las nuevas procesiones y estaciones del viacrucis de los nuevos tiempos. Una buena versión de la Semana Santa.
No obstante, durante estos días, quienes seguimos a Jesucristo, tenemos la ocasión de recordar los últimos días de la vida de Jesús de Nazaret. Y no fue cualquier vida. Cuentan los evangelios que “pasó haciendo el bien”. En estos tiempos hubiera dado la talla. Sin embargo lo mataron en la cruz. Pero, antes de matarlo, lo torturaron, lo vejaron, le insultaron,… y, encima, le crucificaron entre dos ladrones. Murió como un excluido, rechazado por la sociedad y por la religión de su tiempo. Señalado como maldito, por las autoridades religiosas y políticas. Le crucificaron como a un malhechor y como persona “non grata” en el sistema.
Los entendidos, dicen que se ganó a pulso su muerte. Que la vida que llevó no podía acabar de otra forma. Pero la vida que llevó, resulta, que estuvo –toda ella- comprometida por los pobres y las víctimas de la sociedad en la que le tocó vivir. Su pasión por los pobres –no para ser pobres como ellos, sino para liberarles de su pobreza y humanizarles como personas, le acarrearon múltiples problemas.
Él mismo, lo proclamó al inicio de su misión: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor”. (Lc 4,18-19)
Y guiado por ese mismo espíritu, empeñó el resto de su existencia a favor de los que no cuentan en la sociedad y son rechazados, de mil maneras. Estos días stan sensibles siguen ocupando los espacios públicos de las redes con imágenes desgarradoras: los sin techo, los refugiados y migrantes siguen llegando las pateras, muchas familias que reciben alimentos porque no tienen par comprarlos,….
La Buena Noticia que les anunciaba pretendía abrirles puertas, ilusionarles con una vida llena de esperanza, y hacerles ver que la felicidad, también, era para ellos. Simultáneamente, las denuncias que hacía a los ricos, poner en evidencia y desenmascarar las hipocresías de los hombres de la religión oficial, y señalar a las diversas autoridades como culpables de dicha situación , le fueron creando múltiples dificultades. Su coherencia -hasta el final-, le llevó a la muerte.
Pero la Semana Santa no acaba con la muerte de Jesús. Desde nuestra fe, esta semana de pasión y muerte, termina con la resurrección. No hay que olvidarlo. La apuesta de Jesús por una humanidad nueva, no fue en vano. Con su resurrección validó todo lo que había sido su vida, y podríamos afirmar, que invalidó todo aquello, de la sociedad y la religión, que influyó en su muerte.
Por consiguiente, pienso, que si recordamos todas estas cosas, en Semana Santa, aunque no salgamos a ver las procesiones a las calles, porque este año las procesiones van por dentro en los hospitales, en las residencias de ancianos, de los migrantes; las procesiones las lleva los niños encerrados en sus casas,… ahí se van a representar los distintos misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Sin la menor duda, en el siglo XXI, la sociedad y el sistema global, en el que vivimos, sigue generando pobres, marginados, excluidos, seres humanos que se mueren de hambre, o violentamente en las guerras. Sigue habiendo enfermos, inmigrantes y extranjeros, presos,… todos ellos rechazados y olvidados por la misma sociedad que los ha creado. En tiempos santos en los que vivimos no los podemos olvidar.
Sin duda, Jesús seguiría tomando partido por todos ellos y, entonces, quienes decimos que seguimos a Jesús, no nos cabe otra salida que hacer lo mismo… si deseamos seguirle, claro: ¡Pasión, Muerte y… Resurrección! Hoy más que nunca nuestra entrega es necesaria para seguir haciendo creíble la Buena Nueva de Jesús.
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