“Bienaventurados,
dichosos, felices…” eran
las palabras que más se repetían en el Evangelio del día de todos los Santos.
Jesús de Nazaret, no se cansaba de ofrecer su propuesta de felicidad a las
personas que se le acercaban. Por mi parte y con mis debilidades, no dejaré de
hacer lo mismo.
Cada vez estoy más convencido, de que
hemos nacidos parta ser felices.
Pero la realidad es contundente y el ser humano, la verdad, no es feliz. Muchas
personas se quedan en el intento. Otras saborean, brevemente, la felicidad.
Para una inmensa mayoría, sus condiciones socio-ambientales, van en contra de
su mismo derecho a ser felices; de forma que desde su nacimiento, encuentran
numerosas dificultades y trabas para conseguir su felicidad y, no digamos nada
para llegar a ser plenamente persona. Los obstáculos vienen tanto del propio
interior, es decir, de la naturaleza humana, como de fuera, o sea, la familia,
vecinos, amigos, compañeros, en suma, de la sociedad (injusta) en la que
vivimos.
Por aquí quiero centrar mi reflexión. En nuestro caminar diario, encontramos
recursos personales y ajenos que nos ayudan a avanzar en la dirección de
nuestra vocación a ser felices, o bien, a ponernos dificultades. Ésta es la
continua lucha que se entabla desde que nacemos hasta que morimos. Queremos y
no podemos. Podemos y no queremos. Pero también queremos y podemos. Toda
persona, antes o después, descubre este doble dinamismo que se da en su
interior. Unas veces se opta por querer, y todo funciona y, en otras ocasiones,
‘se arroja la toalla’. Ambas opciones son humanas y ambas contribuyen al
crecimiento personal. Recordemos aquello de que no hay mal que para bien no
venga.
Cada ser humano tiene unos recursos y
unas capacidades personales
que le posibilitan dar más de sí y realizarse como persona. Cada cual tiene los
suyos. Por eso somos distintas unas personas de otras; aunque exista un fondo
común. Hay personas que utilizan muy poco esos recursos y capacidades;
prefieren ir tirando y sobrevivir, se quedan en el camino; otras, les sacan el
máximo rendimiento, llegan a experimentar lo que significa ser auténtica
persona, logran experimentar la felicidad,... son felices. Hay hombres y
mujeres que prefieren la mediocridad, las medias tintas, vivir el momento,
claudicar ante la menor dificultad, vivir sin sobresaltos y complicaciones
¿Viven o malviven?
Cuando el joven se va haciendo consciente de todas estas cosas, se
enfrenta a los retos de la propia vida. Con toda claridad, se plantea que todo
lo que consiga va a depender de él; Por consiguiente, sólo por su propia
iniciativa y por su decisión va a estancarse, o bien, caminar hacia delante, o
retroceder en la tarea de ser persona, o sea, de llegar a ser feliz.Hay en la vida de cada persona muchos caminos, yo los resumo en dos y que, además, tienen su precio:
Llegar a ser persona y feliz supone: Ilusión, esfuerzo, constancia, sinceridad, amistad, reflexión, diálogo, caerse/levantarse, aguantar, sufrir, cambiar, alegría, optimismo, bienestar, confianza, amabilidad, simpatía, paz, solidaridad, tolerancia, respeto, educación, libertad, aceptación, superación, trabajo, amor… Es el precio del crecimiento personal que tanto deseamos y anhelamos.
Apostar
por otras ‘historias’ conlleva:
desilusión, pereza,
inconstancia, mentira, enemistad, superficialidad, cabezonería, claudicación,
intransigencia, evasión, infantilismo, tristeza, pesimismo, malestar,
desconfianza, mala intención, antipatía, agresividad, insolidaridad,
intolerancia, falta de respeto, mala educación, manipulación, rechazo, tirar la
toalla, holgazanería, egoísmo… Aquí se crece ‘pero de aquella manera’.
Que cada cual vea que camino desea seguir, aunque a veces van muy
juntos.
Me parece una reflexión soberbia, es un verdadero placer leerte Bau, un abrazo.
ResponderEliminarDiego