El asunto de la inmigración está en nuestras
conversaciones. La semana pasada estuve
en el colegio reflexionando, con varios Ciclos Medios (Administrativo,
Carrocería y Electricidad), sobre las personas migrantes. Estuvimos
viendo algunos vídeos y también tratamos sobre las diferencias de extranjeros e
inmigrantes. Esto me da pie a expresar las siguientes reflexiones.
Lo que tienen en común es que son extranjeros,
pero en realidad son muy diferentes, tanto entre ellos mismos, como para
nosotros. Si utilizamos el criterio económico, que para estas cosas es casi el
único que seguimos, resulta que las diferencias son iguales en todo el mundo.
Ser ricos o ser pobres, ahí está la diferencia. ¡Ay! si recordáramos, con más
frecuencia, que nosotros fuimos extranjeros inmigrantes. Claro que, como ahora
somos turistas en el extranjero… Bueno, bueno y algunos de nuestros jóvenes
siguen siendo migrantes.
Por si no
me acabo de explicar, lo de ricos y pobres, es igual en todo el
planeta. La auténtica diferencia viene dada por el dinero que
tienes. Tu piel será de tal o cual color, pero lo que importa es si tienes o no
tienes dinero. Podrás ser musulmán o cristiano, pero lo que interesa es el
poder adquisitivo que tienes. Da igual que seas hombre o mujer, si tienes
sustanciosas cuentas en los bancos el buen trato y respeto nunca te faltarán.
No
obstante, detengámonos en los
extranjeros, ya sean turistas o inmigrantes. Lo más significativo y
notorio es que unos nos traen dinero, y otros, problemas. Unos son recibidos
por las altas autoridades en los aeropuertos; y otros son acogidos, también por
las autoridades, cuando llegan en las pateras. Los que vienen con traje y
corbata negocian hasta el último céntimo. Pero los que vienen en chándal, si se
descuidan, aunque se les explote, ni se les contrata o mal paga.
Hay deportistas de color, a los
que se les aplaude en los estadios y se les pide autógrafos, cuando se presenta
la ocasión. Hay hombres y mujeres de color, que están en los semáforos
de nuestras ciudades y, cuando nos aproximamos con el coche, cerramos las
ventanillas o levantamos los hombres, sino pisamos el acelerador. En fin, unos
extranjeros, nos parecen bien y les aplaudimos y otros, también extranjeros,
queremos que se vayan pronto.
Hasta que no nos quitemos las ‘gafas del
dinero’ seguiremos viendo las cosas como venimos diciendo. Pero lo de las
‘gafas’, no lo olvidemos, es un buen invento para ver mejor cuando se va
perdiendo la vista. Para eso las inventamos.
Claro que con unas buenas gafas, a los
extranjeros, los veríamos como personas, como seres humanos, igual que nos
vemos nosotros. La dignidad de la persona, los derechos humanos afectan –por
igual- a todos los que formamos la familia humana. En el mundo globalizado,
en el que estamos embarcados: los muros, las barreras, las alambradas, las
empalizadas, las fronteras, las clases sociales, los intocables, los unos y los
otros,… son conceptos que deberíamos
desaprender y, en su lugar, aprender otros nuevos. Eso sí, quitaría del diccionario la palabra extranjeros, y potenciaría, en su
lugar, la expresión ciudadanos del
mundo. Esto se ajustaría más a la realidad: todos vivimos en
el planeta tierra.
Mientras
tanto, en nuestros barrios, en nuestras ciudades, en nuestros colegios, en
los mercados, en las plazas, en los estadios,… disfrutemos unos de otros, de
las riquezas culturales que tenemos, compartamos lo de cada cual y todo el
mundo saldremos ganando.
Lo que es bueno y humaniza a unos -
haciéndoles más felices -, sin duda, es bueno y humaniza a todos los
demás.
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