La verdad, no es una novedad. Pero con la que está cayendo bien se
merecen una reflexión dominical. Por lo demás lo que digamos de los políticos,
lo podemos ampliar a otros grupos sociales. Todos somos personas y como tales,
la bondad y maldad están en nuestro interior, el asunto reside en donde ponemos
el acento, preferentemente.
De siempre han dicho los filósofos, que somos animales políticos, lo que pasa es que elegimos a un grupo, para que nos represente, delegando en ellos casi todas las funciones, en cuanto a la gestión se refiere. A mi entender la finalidad de la política es la gestión del bien común para toda la ciudadanía de una sociedad, empezando por los pueblos y terminando en la ONU.
Precisamente, es en el ejercicio de sus funciones, como gestores del bien común, donde aparecen los buenos y malos políticos. Y como creo que hay mayoría de buenos políticos, me voy a detener en su buen hacer. De los malos políticos, siendo menos, ya hablamos todos los días porque hacen mucho ruido y nos gusta el morbo.
El buen político es una persona íntegra. Tendrá sus defectos y limitaciones, como todo el mundo, pero lo dominante en él es su sentido de la responsabilidad por el encargo que le han dado. En este grupo de buenos políticos destacan los rasgos de la honadez y honestidad. Dan buen ejemplo a la ciudadanía, son los primeros cumplidores de las normas y las leyes, hasta -incluso- cambiándolas si no buscan el bien común.
Los buenos políticos, se saben elegidos por su partido, pero manejan tres palabras claves en su trabajo: Diálogo, respeto y consenso. Son conscientes de que no son poseedores de la verdad. Tomar la palabra, hablar están en la naturaleza de su misión cotidiana. El respeto a los que piensan de distinta manera es fundamental, por eso saben que el insulto y la mentira no llevan a ningún lado.
Los políticos buenos, son conscientes que las personas votan a diferentes partidos según los ámbitos de intervención. Sabemos que en un pueblo vota a tal partido, en una comunidad autónoma a otro, en las generales, tal vez a otro y en las europeas ni te digo. Muchas veces se fijan no tanto en los partidos, cuanto en los políticos que les representan.
El buen político reconocido por la mayoría, lo es porque su trabajo va más allá de conseguir los objetivos de su partido político, que también, sino porque su compromiso es el bien común de todos, aunque estén por medio, los otros ciudadanos que no le han votado. Su preocupación y desvelos son por la sociedad entera, plural y diversa, en la que entiende que debe desarrollar su acción política, desde el diálogo, el respeto y buscando consensos.
Llevo votando desde los inicios de la democracia, voté la Constitución, he votado a diferentes partidos y estoy constatando -desde hace muchos años- que en todas las formaciones políticas hay malos y buenos políticos. No podemos generalizar. Si observo que cuando los políticos que gobiernan se centran en sus intereses particulares y de partido, mal asunto. Entonces surge la corrupción y la intolerancia. El horizonte del buen político es el bien común; los malos políticos este asunto lo olvidan pronto.
De siempre han dicho los filósofos, que somos animales políticos, lo que pasa es que elegimos a un grupo, para que nos represente, delegando en ellos casi todas las funciones, en cuanto a la gestión se refiere. A mi entender la finalidad de la política es la gestión del bien común para toda la ciudadanía de una sociedad, empezando por los pueblos y terminando en la ONU.
Precisamente, es en el ejercicio de sus funciones, como gestores del bien común, donde aparecen los buenos y malos políticos. Y como creo que hay mayoría de buenos políticos, me voy a detener en su buen hacer. De los malos políticos, siendo menos, ya hablamos todos los días porque hacen mucho ruido y nos gusta el morbo.
El buen político es una persona íntegra. Tendrá sus defectos y limitaciones, como todo el mundo, pero lo dominante en él es su sentido de la responsabilidad por el encargo que le han dado. En este grupo de buenos políticos destacan los rasgos de la honadez y honestidad. Dan buen ejemplo a la ciudadanía, son los primeros cumplidores de las normas y las leyes, hasta -incluso- cambiándolas si no buscan el bien común.
Los buenos políticos, se saben elegidos por su partido, pero manejan tres palabras claves en su trabajo: Diálogo, respeto y consenso. Son conscientes de que no son poseedores de la verdad. Tomar la palabra, hablar están en la naturaleza de su misión cotidiana. El respeto a los que piensan de distinta manera es fundamental, por eso saben que el insulto y la mentira no llevan a ningún lado.
Los políticos buenos, son conscientes que las personas votan a diferentes partidos según los ámbitos de intervención. Sabemos que en un pueblo vota a tal partido, en una comunidad autónoma a otro, en las generales, tal vez a otro y en las europeas ni te digo. Muchas veces se fijan no tanto en los partidos, cuanto en los políticos que les representan.
El buen político reconocido por la mayoría, lo es porque su trabajo va más allá de conseguir los objetivos de su partido político, que también, sino porque su compromiso es el bien común de todos, aunque estén por medio, los otros ciudadanos que no le han votado. Su preocupación y desvelos son por la sociedad entera, plural y diversa, en la que entiende que debe desarrollar su acción política, desde el diálogo, el respeto y buscando consensos.
Llevo votando desde los inicios de la democracia, voté la Constitución, he votado a diferentes partidos y estoy constatando -desde hace muchos años- que en todas las formaciones políticas hay malos y buenos políticos. No podemos generalizar. Si observo que cuando los políticos que gobiernan se centran en sus intereses particulares y de partido, mal asunto. Entonces surge la corrupción y la intolerancia. El horizonte del buen político es el bien común; los malos políticos este asunto lo olvidan pronto.
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