La naturaleza humana está llena de contrastes. Estos días en la tele los
deportistas y, en especial, los atletas nos asombran con sus proezas físicas y
lo que el cuerpo es capaz de conseguir, todo ello, adornado con trofeos, Un
buen entrenamiento hace posible tales hazañas.
Estoy viendo
estas competiciones en una habitación del hospital. Mientras que la tele nos muestra la fortaleza
y salud, rebosante, del mundo deportivo; en la cama, en cualquier cama del
hospital, se hayan postradas numerosas personas con enfermedades de todo
tipo.
Es la paradoja
humana: salud y
enfermedad, fortaleza y abatimiento, alegría y dolor, placer y sufrimiento.
Además, la enfermedad no distingue de clases sociales. Lo de ser inquilino en
el hospital no tiene que ver con determinadas edades, igual te pasas por
pediatría y ves con pena a los bebés, como por cardiología y ves a personas
adultas, o bien, jóvenes en traumatología. Es la vida misma.
Hay muchos
silencios, muchas
lágrimas, mucho sufrimiento acumulado en los rostros; te encuentras en los pasillos
y ascensores a personas con las espaldas caídas, como derrotados. En una
conversación escuché que tenía el corazón destrozado y hecho polvo. Parecería
que la muerte está al acecho y se palpa su espectro.
Y, sin embargo,
todas estas circunstancias, quedan
en un segundo plano, cuando se ve la energía y vitalidad con la que trabaja
todo el personal del hospital. Animan al enfermo y sus familiares, con sus
palabras amables, su sonrisa en la cara. Este tono hace mucho. Hay vida,
mucha vida en las enfermeras y sus auxiliares, en los celadores y los médicos,
en las limpiadoras y recepcionistas, hasta en el personal que trabaja en el
bar, bueno y, en especial, en las personas que visitamos a los enfermos. Estas
cosas casi hacen más que los propios medicamentos.
Hay como una
lucha 'o guerra', no declarada, entre la vida y la muerte y
aunque a veces la muerte, gana algunas batallas, es la vida la que triunfa al
final. ¡Cuántas vidas sanadas gracias a los hospitales! Ya sé que es un
trabajo, pero 'dichosos' los trabajadores que generan vida, miman y acarician a
la vida, dan mucho ánimo ante tanto desasosiego, encaramado en los enfermos.
Sin duda tenemos suerte al tener hospitales en nuestras
ciudades. Sabemos de otros países que no tienen ni ambulatorios o son muy
precarios los edificios que albergan lo que llaman hospitales.
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