Casi siempre hablamos de las cosas que hacemos, de los lugares que visitamos, de los problemas que tenemos en el trabajo o en la familia. En nuestras conversaciones siempre sale lo que nos acontece en el mundo que nos rodea, pero,... casi nunca hablamos de nosotros mismos, de nuestra individualidad, de lo más interior de nuestra realidad personal. Es como si estuvieran separadas, en nuestra misma persona, por una parte, la realidad externa, la que se relaciona con los demás y el mundo y, por otra, la realidad interna, nuestro ser más íntimo, que tenemos oculto a las otras personas y...¡tal vez a nosotros mismos!. En fin, me tomo la confianza y transcribo la última llamada telefónica, entre el TU (el yo exterior) y el YO (el yo interior).
“Tú: ¡Hola!....
¡hola!... ¿estás ahí?
-Yo: ¿Me lo dices a mí?
-Tú: Pues, claro. No hay
nadie más.
-Yo: Es que resulta tan
raro. Pues creí que te habías olvidado. Hace tanto tiempo que no hablamos...
que ya creía...
-Tú: Sabes de sobra que
ando muy ocupado. Que apenas tengo tiempo. Y que...
-Yo: ¡Oye!, podías
cambiar de cantinela, eso ya me lo dijiste hace unos años.
-Tú: Venga ya. ¿Es que
no te hablo todas las noches? Bueno por lo menos me parece a mí.
-Yo: Pues, eso, te
parece a ti. Porque yo no me entero.
-Tú: ¿No te acuerdas de
la última vez que resolvimos un problema que me había venido del trabajo y te
lo consulté? No ves como si cuento contigo.
-Yo: Lo que te digo.
Que solo te acuerdas de mí cuando tienes problemas. Mientras tanto, aquí, cada
vez más encerrado y más oculto con todas las cosas que me vas echando encima.
Total, que me aburro y me asfixio. Mira, por lo menos podías ser más limpio y
ordenado. Sabías que con cada jaleo, en el que metes las narices, más me
ocultas. Y es que te gusta estar danzando por ahí y los demás que se apañen.
-Tú: Algo de razón
tienes. Sabes que me gusta complicarme la vida.
-Yo: Si está bien, lo de
complicarse la vida, pero sin olvidarte de mí ¿es que ya no te acuerdas de que
formo parte de tu vida?
-Tú: Lo que ocurre es
que a veces no quiero hablar contigo, porque me dices las cosas como son y a mí
me gusta vivir sin tener en cuenta tantas responsabilidades. Mira, es más
cómodo estar haciendo cosas, estar distraído con la gente, tener ocupaciones,
sentirte útil para los demás,... ¡qué te voy a decir que tú no sepas!
-Yo: Ahora quieres
hacerte el interesante. Pues no me sirven tus justificaciones. Mucho, mucho por
ahí a fuera pero, la casa propia sin barrer.
-Tú: Vale, vale. Pero
no voy a estar como la estatua del ‘Pensador’ francés ¿no?
-Yo: Como la estatua
no, pero no me digas, que un ‘paseíto’ por el campo, una lectura sosegada,
disfrutar de la música que tanto nos gusta, conversar con más frecuencia, como
ahora lo estamos haciendo, no crees que sería estupendo. Las verdad que todo
esto lo hecho de menos. En el fondo es que me encuentro solo. Y no es que me
des envidia, pero podías dedicarme más tiempo.
-Yo: ¡Ah! Y es más,
cuando me tienes tan solo y casi olvidado, pues, me da la sensación que...
hasta pierdo el sentido de las cosas, incluso de nuestra propia vida. Como que
todo lo que teníamos en común se va desdibujando. Curiosamente, experimento que
si tenemos mucha comunicación ¡como en los viejos tiempos! ¿Te acuerdas? Pues
que todo me va mejor. Bueno nos va mejor. Pero cuando te vas por ahí y te metes
en tus líos, pues,... La verdad, chico, no sé si me entiendes.
-Tú: Hombre, razón no
te falta. Y estoy contigo que a más diálogo y comunicación, pues, que nos van
las cosas mejor. Pero uno se mete en este mundo que vivimos y al final termina
desbordado y olvidándose de lo más importante. Porque tú sabes que yo, otras
veces, te he manifestado que todo esto de lo que estamos hablando es muy
importante.
-Yo: Sí, pero como te
he dicho otras veces, lo verdaderamente importante es aquello a lo que le
dedicamos tiempo, así que... tú verás.
-Tú: En eso tienes razón.
Dedicarnos tiempo. Aunque eso a veces me duele, pues, sueles recordarme las
cosas, que en muchas ocasiones quiero olvidar. Si te digo la verdad me resulta
más cómodo ir a mi aire, sin esperar que nadie me diga nada. No quiero que me
incomoden.
-Yo: Sí, pero ese es el
precio que debes pagar; si quieres para ti lo que predicas a los demás. Joven,
es lo que se llama coherencia con lo que crees y piensas.
-Tú: No ves, si te vas
a poner así...
-Yo: Bueno, chico no se
te puede decir nada.
. . .ring, ring, ring.
. .
-Tú: ¡Vaya! el móvil...
¿Te parece que lo dejemos para otro día?
-Yo: Para qué te voy a
discutir, si eres tú el que vienes y vas.
-Tú: Entonces, hasta
otro día, y perdona, pero me llaman.
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