¡Cuántas gracias doy
por ser cristiano! Aunque todo se lo debo a mi padre, Baldomero, y a mi madre, Rosa, que me bautizaron y me transmitieron
la fe.
Ahora estamos en Cuaresma,
un tiempo litúrgico que tenemos los cristianos para cuestionar, revisar y
reforzar nuestra vida a la luz de la fe. La experiencia nos dice que, de vez en
cuando, hay que retomar las riendas de la vida, pues, la rutina diaria nos hace
perder la perspectiva de nuestras existencias. A veces el árbol no nos deja ver
el bosque.
He querido poner tres
expresiones que muy bien nos pueden centrar en el espíritu cuaresmal. Ya
cuento que tenemos muchos recursos litúrgicos y escritos sobre el asunto, pero
como siempre, estas reflexiones me las empiezo a aplicar a mí mismo. Por eso
planteo preguntas.
El crecimiento
personal, me lleva a cuestionar el tiempo que le estoy dedicando a mi
propia persona: ¿Estoy tan desbordado que no me acuerdo de mi propio acontecer
a lo largo del día? ¿Pasan las semanas y no he perdido perdón a las personas
que molesto y exaspero con frecuencia? ¿He abandonado el afán de superar las
debilidades y defectos que más me caracterizan? ¿Aún siguen presentes en mis
motivaciones el qué dirán o el quedar bien ante los demás? ¿Cómo acometo las
metas y objetivos que me he propuesto en el Proyecto Personal? ¿La pereza y la desgana
siguen robándome tiempo para mi formación permanente?
La solidaridad,
de la que tanto hablo y predico es otro elemento importante en mi vida, lo que
me lleva a cuestionarme si soy, de verdad, todo lo solidario que debería: ¿Con
los años se me está endureciendo el corazón ante las situaciones continuas de
exclusión que me rodean? ¿Doy calidad y calidez en mis relaciones con las
personas necesitadas? ¿Escatimo el tiempo y me invento justificaciones para
quitarme del medio ante los problema de los demás? ¿Calculo mis compromisos y de
esta forma tiendo a complicarme menos la existencia? ¿Mi solidaridad me lleva a
la denuncia ante las injusticias que detecto?
El encuentro con Dios,
sin duda, es imprescindible para llevar a cabo mi vida tal y como me la
planteé, desde la fe, hace ya muchos años, ahora bien: ¿De verdad tengo
presente a Dios en el día a día, o solo aparece en momentos determinados?
¿Realmente Dios inspira mis acciones personales y relacionales con los demás?
¿Qué ‘cantidad’ de Dios está presente desde que me levanto hasta que me
acuesto? ¿Reservo todos los días un tiempo de oración para hablar con Él, ya
que le considero el inspirador de mi vida? ¿Al afrontar los problemas que me
vienen en la vida cotidiana, cuento con Dios? ¿Trato a las personas que me
rodean como a Hermanos?
Bueno pues estas son algunas de las cuestiones que me iré
haciendo estos días para ver cómo me preparo al gran acontecimiento Pascual de la
Semana Santa que se acerca.
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