Empezando
el siglo XXI, tuvimos una Asamblea de Catequistas, para
presentarles un Plan de Formación. En un momento dado levanta la mano un
sacerdote y comenta lo siguiente: ¿Es necesaria tanta formación para los
catequistas, cuando ya estamos los párrocos que hemos estudiado teología? (Casi
se leía entre líneas ¿Es que van a saber más que nosotros?) Aunque se pueden
sacar más conclusiones.
El
clericalismo -que no el clero- sigue haciendo mucho mal
entre los cristianos. Me preocupa, que tal y como están las cosas, en nuestra
Iglesia, aún siga parte de la Jerarquía ‘campeando a sus anchas’ como ‘dueños
del cortijo’. (Incluyo en esto de jerarquía a un grupo, no despreciable, de la
vida religiosa).
Menos
mal que hay un grupo, considerable, de laicos, religiosos/as y sacerdotes que siguen al Papa Francisco,
por el camino adecuado. Esperemos que el ‘soplo’ del Espíritu siga una buena
temporada con ellos.
Cada
vez me molestan más las peticiones que se hacen en nuestras
celebraciones litúrgicas, más o menos en esta línea: Pedimos por las vocaciones
sacerdotales, religiosas y misioneras. ¿Dónde quedan los laicos? ¿No tienen
vocación? Me pregunto si lo del sacramento del Matrimonio cae en el ámbito
vocacional.
A mi
modo de entender si valoramos las vocaciones por la cantidad
de personas, creo que Dios llama a más hombres y mujeres a la vocación laical,
que a la vida religiosa o sacerdotal. Ahora bien, les digo que esto es un
discurso inútil, que no lleva a ninguna parte. Aunque puede hacer pensar.
Porque
mi apuesta, es lo del Pueblo de Dios. Además hay una única
llamada, es decir, una única vocación: la llamada a la vida; la llamada a
realizarse como hombre y mujer en plenitud y, así, lograr la felicidad de todos
los seres humanos, que es el verdadero sueño de Dios.
Lo
que ocurre es que Dios sigue con su ‘pedagogía divina’ y se
sirve de su Pueblo para llevar esta buena noticia a toda la Humanidad. De esta
manera, el Pueblo de Dios (la familia de Dios) es la levadura que hace fermentar
la Nueva Humanidad. En dicho Pueblo todos son llamados al seguimiento de Jesús.
Y aunque es un pueblo organizado, en él, no hay nadie más que nadie y menos que
nadie, o sea, todos están al servicio de todos, como hermanos, y de esta forma
son el referente y testigos del Reino de Dios.
Por
consiguiente, el Pueblo de Dios, lo percibo como una gran
Comunidad de Comunidades, en la que sus miembros se entienden y viven como
Hermanos e Hijos de Dios, de forma, que tanta dicha y felicidad les empuja a
llevar la Buena Noticia al resto de la Humanidad, empezando por los más pobres
(sus hermanos más necesitados)