“De madrugada, todavía muy oscuro, se levantó, salió y se fue
a un lugar solitario, y allí oraba” (Marcos, 1, 35).
No es fácil de hablar de interioridades y en pocas palabras. Pero una aproximación se puede hacer. Creo
que es bueno dedicarnos un poco de tiempo a nosotros mismos y al Dios en el que
creemos. Ambas cosas, inevitable y gozosamente,
nos llevarán a los demás. Esta es la conclusión a la que he llegado después de
los años que estoy embarcado en la experiencia espiritual. El camino lo
inicié con mis padres, Baldomero y Rosa, porque fueron los primeros que me
enseñaron las oraciones y cultivaron mi religiosidad. Precisamente, cuando
recopilaba en un libro, los textos que me han ayudado, a lo largo de mi vida, en
la oración, tenía el convencimiento de que ha sido, la oración, la herramienta
que me ha ayudado a crecer, de ahí que lo titulé: Crecer orando.
Bastantes
de aquellos textos, proceden de mis experiencias
en las distintas etapas de mi vida, empezando por la llamada Historia Sagrada,
que me enseñaron en mi pueblo, o de la lectura espiritual que hiciera en las
etapas de formación; por otro lado, también los medios de comunicación social y
las experiencias sociales han contribuido, a lo largo de mi caminar, a encontrarme con Dios y con los demás.
A
decir verdad, dichos documentos, han alimentado mi vida espiritual y
han sido un buen apoyo en muchos momentos de mi vida. En ellos aparecen todo lo
que uno ve, observa, vive, oye o escucha de la vida, de las personas, de la
sociedad y, en especial, de la misma fe. Y es que nada es ajeno a la realidad
de la fe. Mi experiencia es que ha sido la fe la que me ha conectado con la
realidad que me rodea para cambiarla según los planes de Dios. Sin la fe no se comprenderían en mi vida muchas de las
facetas vividas, para bien o para mal. Tengo la convicción de que todo lo que
nos ocurre o nos pasa forma parte de nuestras vidas y, el asunto está, en cómo
lo asimilamos y lo integramos, en el propio crecimiento personal.
Sin
duda, mi experiencia espiritual nace del encuentro con Jesús de Nazaret, el
modelo que ha centrado mi vida y que es el motivo de mi opción existencial. Él
es, a mi modo de ver, el que nos presentó
a un Dios amoroso y misericordioso, que cada vez lo entiendo mejor con la
imagen de Madre/Padre. De ahí mi insistencia en la fraternidad de la humanidad,
porque yo cada vez me siento más hermano de mis hermanos que me rodean o que
viven lejos de mí. Entiendo que formamos parte de la gran Familia de Dios y que
he sido llamado a colaborar en la insigne Misión de anunciarla y hacerla posible.
En
el fondo, no creo que la vida espiritual se limite a la oración.
La vida espiritual tiene que ver con la disposición de estar atentos al
Espíritu y dejarse animar y guiar por Él, en la propia existencia. Claro que la
oración es el tiempo y la ocasión que tengo para encontrarme con el Espíritu,
pues, sin Él, ni siquiera podría orar, pero es la misma oración, la que me
lleva a conectarme, con la realidad cotidiana, y vivirla conforme a la
inspiración que me ha dado el mismo Espíritu. Por consiguiente si el Espíritu
me lleva a la oración, el mismo Espíritu, me acerca a la realidad para
transformarla conforme a los planes de Dios.
Lo
de Crecer Orando, me vino de la expresión, de Juan Bautista de la
Salle, cuando hablaba de Crecer por
dentro. Hay un proceso de
trabajo personal, en lo que se está llamando la interioridad en la actualidad.
No es fácil la tarea de caminar hacia uno mismo. En estas cuestiones, palabras
como ascesis personal, esfuerzo y sacrificio son muy necesarias, dado que no estamos
acostumbrados a transitar por estos espacios. Se requiere cierto orden en la
vida y un método sistemático para mantener, viva, la vida espiritual conforme a
las demandas del Espíritu.
Aunque
en los ritmos comunitarios, está garantizada la liturgia, los sacramentos y la oración en común,
siempre he reivindicado un tiempo diario para la oración personal. En mi caso,
cuando amanece el día, es el tiempo más propicio para hacer la oración. Es como
la entrada al nuevo día, de la mano del Espíritu, para afrontarlo con energía y
seguir construyendo el Reino de Dios, que es la tarea encomendada.
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Joaquín Gorreta Martínez 62 años