Se
despierta el invierno y se viste de fiesta primaveral. Los días se van haciendo más largos,
las calles se adornan con macetas de variadas flores, los campos se adornan con
múltiples colores, en fin, todo un esplendor de la vida que nos sonríe. Me
contaba mi hermana, que las fiestas del pueblo, un año más, habían sido un
éxito. No es que acompañara el tiempo, pero las calles se llenaron, al
paso de la Virgen de la Cabeza, de música, galopeo, adornos en las
ventanas y, como no, de las danzas tradicionales de los tunos, gitanillas y
danzantes. Nos gusta volver a nuestras raíces.
Parecido ambiente se repite en casi
toda la geografía española.
Nos suenan, por su fama, la feria de Sevilla, la romería del Rocío, pero no se
quedan a la zaga, las de otras poblaciones. Sin ir más lejos, la de Jerez, que
terminaba ayer, con sus caballos
enjaezados, que ornamentaban las calles con sus carros y jinetes, además, de bellas mujeres con sus
trajes de flamenca. En las fiestas la gente se adecenta con sus
ropajes más elegantes, derrochando alegría y colorido con sus adornos y dando
una vistosidad digna de los dioses. La verdad es que cada población
se engalana con imaginación, siendo una forma de expresar, su poderío, su valía
y rango social.
Claro, que ya nos dice el refrán que
“cada uno cuenta la feria como le va en ella” ¡Y qué verdad tiene! Aunque, diga
lo que diga la sentencia popular, las ferias y las fiestas, son un tiempo
y espacio, que se da la población para romper las rutinas; olvidarse de sus
penas y afanes de cada día; divertirse, pasarlo bien y gozar de la vida. Ya sé
que estamos saliendo de la crisis, pero, aún en estas circunstancias, se hacen
más necesarias las fiestas, dado que nos damos la oportunidad, al menos, de
festejar la vida.
En
estos días se llena el ambiente de complicidad: Cuántas familias tienen unos días
para estar todos juntos, alegrándose los hijos y disfrutando sus padres.
Cuántos amigos buscan la ocasión para tomar unas copas y contarse las últimas
historias. Cuántas adolescentes se inician en los primeros amores, o las
parejas refuerzan sus relaciones en este buen ambiente. Cuántas personas se
relajan y curan el estrés con unas cañitas y bailes en el tablao o en la plaza.
Hasta la gastronomía contribuye a que todo se realce para la ocasión. Bueno, y
algunos excesos no regatean su presencia.
Por otro lado, muchas familias tienen su
futuro asegurado. En estos días los feriantes no descansan con tanto
movimiento y trabajo. La calle del infierno, delicia para los niños, con sus
diferentes atracciones y aparatos, dan ocupación a una numerosa población,
laboriosa y sacrificada, que miran al cielo para que el buen tiempo, favorezca
sus ingresos. Muchos bares y casetas, tienen en estos días, una oportunidad
para llenar sus arcas y hacer viable, tanto la economía familiar como la de
Asociaciones y ONGS, que andan muy escasas de presupuesto para sus tareas.
Ahora bien, si observamos con atención, detrás de los adornos y de la música
verbenera;
hay personas, que aun estando en feria y participando del ambiente
festivo, la procesión la llevan por dentro. Al final, la feria,
es la misma sociedad pero de fiesta. Y si la sociedad se manifiesta en todo
su esplendor y colorido, con sus músicas y flores; la misma sociedad se hace
patente con sus “hijos” más menesterosos y desheredados. Los primeros que te
encuentras son los aparca coches; más adelante los que venden tabaco; después
las que quieren que les compres un clavel; también la persona de color que
saca, de su repleta mochila, relojes, pulseras o gafas de sol; y, cómo no, el
vagabundo, que ha cambiado la esquina de siempre, y se ha venido al ferial,
esperando la generosidad de la buena gente.
Y,
sin embargo, pienso, que para todo el mundo, las ferias o fiestas populares, no dejan de ser unos días diferentes,
rebosantes de alegría y esperanza; generosos en bondades y amistad. Es
más, diría que son un tiempo gratuito
para saborear la propia existencia.
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