Por más vueltas que le doy, al final, termino en el mismo lugar: todo
cambio del mundo, de la sociedad, de la realidad,... empieza por uno mismo y en
el lugar en donde vives y con los que vives. Lo demás es literatura y
ganas de echar balones fuera.
La reflexión me viene de las personas que me rodean y de la cultura globalizada, en la que me desenvuelvo, o sea: Los alumnos de las clases, las personas con las que me reúno y trabajo, las redes sociales en las que me muevo y los foros en los que participo. Así, la utopía de un mundo mejor, el sueño de que otro mundo es posible, se repite de continuo en nuestras conversaciones y escritos.
Miren, creo en el efecto domino, de forma que si yo actúo de determinada manera, algo puede influir y modificar los ambientes en los que me muevo. Si me levanto relajado, con alegría y optimismo, cuando empiece a interaccionar con las personas más cercanas, puede que genere buen ambiente. Pero lo mismo suele ocurrir si me levanto un ‘poco torcido’.
Me cuesta enfrentarme a mi realidad interior. El yo interno que me gobierna. Llevo bastante tiempo intentando dialogar y moderar las relaciones conmigo mismo… ¡y no me es fácil! Me engaño y me autojustifico fácilmente. El esfuerzo y la ’violencia interior’ que se genera me ¿asustan?, mejor, me exigen demasiado y claudico con cualquier pretexto. Al final me digo dejemos las cosas como están.
No puedo ser sincero con los demás, con los Hermanos que viven en la Comunidad, con los chavales del Hogar de Emancipación, con las personas que trabajan en el Centro, con cuantas personas me encuentro a lo largo del día, si no soy sincero conmigo mismo. Mi autoengaño, sin duda, me hace tener unas relaciones ‘engañosas’ con los demás. A lo mejor unos y otros soportamos nuestros autoengaños y engaños hacia los otros, pero esto no es sano para nadie. Y esto no deja de ser un ejemplo. Imagínense la suma de todo esto, el ambiente que va creando.
La sinergia que puede potenciar lo positivo que hacemos, también puede potenciar lo negativo, que a lo mejor, no deseamos. El control personal supone armonizar “las tripas, el corazón y el cerebro”, la sinergia creada por estas tres instancias en nuestro interior, cuando se orientan en la misma dirección, esto es, unificar y armonizar el propio crecimiento personal, es un trabajo muy ‘fino’ y concienzudo, pero posible, si nos embarcamos en él.
Vivimos demasiado volcados hacia fuera y olvidamos nuestro interior. Claro que es muy legítimo y necesario, hasta es nuestra responsabilidad, responder de nuestros hijos, de nuestras familias, de nuestros amigos, de nuestros compañeros de trabajo, de nuestros vecinos, pero, eso no quita, que abdiquemos y aparquemos, en un cajón, nuestra realidad más personal. Precisamente contribuimos al bienestar de los demás cuando vamos, con lo que somos, por delante; de no ser así, creamos una maraña de relaciones que nos entorpecen más que nos benefician.
En el fondo buscamos evadirnos. No aguantamos la presión interior y preferimos ‘entretenernos’ con el trajín de la vida cotidiana. Son las excusas y justificaciones que más nos dejan tranquilos. Pero como resultado, nos convierten en constructores de todo aquello que decimos nos gustaría cambiar.
Ante la pereza existencial, la comodidad alienante, reivindico un tiempo constante - no tiene que ser diario, pero mejor si lo es- de diálogo, consenso, pacto con uno mismo: entre el cerebro, el corazón y las tripas, o sea, lo que soy en toda mi realidad. Este trabajo personal, cuando lo hago, noto sus beneficios tanto para mí como para los demás.
La reflexión me viene de las personas que me rodean y de la cultura globalizada, en la que me desenvuelvo, o sea: Los alumnos de las clases, las personas con las que me reúno y trabajo, las redes sociales en las que me muevo y los foros en los que participo. Así, la utopía de un mundo mejor, el sueño de que otro mundo es posible, se repite de continuo en nuestras conversaciones y escritos.
Miren, creo en el efecto domino, de forma que si yo actúo de determinada manera, algo puede influir y modificar los ambientes en los que me muevo. Si me levanto relajado, con alegría y optimismo, cuando empiece a interaccionar con las personas más cercanas, puede que genere buen ambiente. Pero lo mismo suele ocurrir si me levanto un ‘poco torcido’.
Me cuesta enfrentarme a mi realidad interior. El yo interno que me gobierna. Llevo bastante tiempo intentando dialogar y moderar las relaciones conmigo mismo… ¡y no me es fácil! Me engaño y me autojustifico fácilmente. El esfuerzo y la ’violencia interior’ que se genera me ¿asustan?, mejor, me exigen demasiado y claudico con cualquier pretexto. Al final me digo dejemos las cosas como están.
No puedo ser sincero con los demás, con los Hermanos que viven en la Comunidad, con los chavales del Hogar de Emancipación, con las personas que trabajan en el Centro, con cuantas personas me encuentro a lo largo del día, si no soy sincero conmigo mismo. Mi autoengaño, sin duda, me hace tener unas relaciones ‘engañosas’ con los demás. A lo mejor unos y otros soportamos nuestros autoengaños y engaños hacia los otros, pero esto no es sano para nadie. Y esto no deja de ser un ejemplo. Imagínense la suma de todo esto, el ambiente que va creando.
La sinergia que puede potenciar lo positivo que hacemos, también puede potenciar lo negativo, que a lo mejor, no deseamos. El control personal supone armonizar “las tripas, el corazón y el cerebro”, la sinergia creada por estas tres instancias en nuestro interior, cuando se orientan en la misma dirección, esto es, unificar y armonizar el propio crecimiento personal, es un trabajo muy ‘fino’ y concienzudo, pero posible, si nos embarcamos en él.
Vivimos demasiado volcados hacia fuera y olvidamos nuestro interior. Claro que es muy legítimo y necesario, hasta es nuestra responsabilidad, responder de nuestros hijos, de nuestras familias, de nuestros amigos, de nuestros compañeros de trabajo, de nuestros vecinos, pero, eso no quita, que abdiquemos y aparquemos, en un cajón, nuestra realidad más personal. Precisamente contribuimos al bienestar de los demás cuando vamos, con lo que somos, por delante; de no ser así, creamos una maraña de relaciones que nos entorpecen más que nos benefician.
En el fondo buscamos evadirnos. No aguantamos la presión interior y preferimos ‘entretenernos’ con el trajín de la vida cotidiana. Son las excusas y justificaciones que más nos dejan tranquilos. Pero como resultado, nos convierten en constructores de todo aquello que decimos nos gustaría cambiar.
Ante la pereza existencial, la comodidad alienante, reivindico un tiempo constante - no tiene que ser diario, pero mejor si lo es- de diálogo, consenso, pacto con uno mismo: entre el cerebro, el corazón y las tripas, o sea, lo que soy en toda mi realidad. Este trabajo personal, cuando lo hago, noto sus beneficios tanto para mí como para los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario