Ayer estuve en el mercadillo de los sábados. Aquí en Jerez ocupa una
calle entera. Muy de vez en cuando me gusta dar una vuelta, por
ver el ambiente. Aunque este verano, en el del pueblo, me compré un
bañador. La verdad es que se oyen muchas conversaciones, eso sí, a medias.
Parecería que si no decimos las cosas en voz alta no nos escuchan y eso que los
tenemos al lado. Por eso, sin querer (queriendo) nos enteramos de todo. En un
momento dado escuché a una persona: "¡Con lo bien que podíamos vivir!"
Lo del plato es de mi
cosecha.
Con lo bien que podíamos vivir y, sin embargo, no sé cómo complicamos las cosas que para muchos hombres y mujeres, la misma vida es un grandísimo problema ¡Que retorcidos somos! Luego me pregunté por el sentido que le podemos dar a esa frase. Lo de vivir bien creo que es el anhelo que tenemos y deseamos para nuestra familia, nuestros amigos, nuestro pueblo, nuestro país y el mundo en general.
Vivir bien, sin duda, se puede referir a que los niños -todos- tienen una familia, un hogar, un lugar en donde crecen como personas; su madre y su padre les crían y educan pensando en su felicidad, no les falta lo necesario para vivir con dignidad; vamos, ponen los cimientos para que sean felices.
Tal vez, vivir bien quiere decir que la infancia y juventud, tienen escuelas, en las que aprenden a convivir y socializarse, se educan en valores como la solidaridad, la justicia y la paz. Espacios que favorecen la creatividad, se aprende la cultura que tanto necesitamos y se ponen las bases para innovar, crear y avanzar para construir un mundo, todavía mejor.
A lo mejor, vivir bien es el resultado del esfuerzo común, que todos los seres humanos aportamos a este mundo globalizado para que no haya guerras, ni violencia; no existan muertes por hambre o enfermos incurables; no haya inmigrantes desesperados, ni parados fracasados o desahucios inhumanos y, menos aún, familias desestructuradas y rotas.
Pero no. Preferimos el plato de lentejas. Queremos saciarnos de inmediato, consumir rápido, vivir el momento con intensidad. Dejarnos llevar por las circunstancias. No controlar nuestros impulsos más primarios. Si para obtener un puesto mejor en el trabajo, hay que pisar al compañero, pues, se pisotea. Si me enriquezco por la vía rápida aunque me haga corrupto, engañe a los demás, explote a los empleados,… lo que importa es que yo sea rico. Si para disfrutar a tope, la droga o el alcohol me ayudan, pues a darse un buen chute. Las consecuencias ya las conocemos. Y lo de vivir bien queda en el olvido.
Lo del plato de lentejas tiene su explicación en un relato bíblico. Cuenta que dos hermanos, Esaú y Jacob, tenían sus rivalidades y un buen día, Jacob, que por lo visto era un buen cocinero, tenía la comida preparada y, a esto, que llega su hermano Esaú, casi muerto de hambre, y le propone con urgencia, que le dé un plato del guiso sabroso que había hecho, a cambio de darle su herencia cuando llegase el momento. Y así fue. Quedó muy a gusto y satisfecho con el plato de lentejas que se comió, pero perdió la herencia. No deja de ser un relato, una historia pasada. Pero de rabiosa actualidad.
Con lo bien que podíamos vivir y, sin embargo, no sé cómo complicamos las cosas que para muchos hombres y mujeres, la misma vida es un grandísimo problema ¡Que retorcidos somos! Luego me pregunté por el sentido que le podemos dar a esa frase. Lo de vivir bien creo que es el anhelo que tenemos y deseamos para nuestra familia, nuestros amigos, nuestro pueblo, nuestro país y el mundo en general.
Vivir bien, sin duda, se puede referir a que los niños -todos- tienen una familia, un hogar, un lugar en donde crecen como personas; su madre y su padre les crían y educan pensando en su felicidad, no les falta lo necesario para vivir con dignidad; vamos, ponen los cimientos para que sean felices.
Tal vez, vivir bien quiere decir que la infancia y juventud, tienen escuelas, en las que aprenden a convivir y socializarse, se educan en valores como la solidaridad, la justicia y la paz. Espacios que favorecen la creatividad, se aprende la cultura que tanto necesitamos y se ponen las bases para innovar, crear y avanzar para construir un mundo, todavía mejor.
A lo mejor, vivir bien es el resultado del esfuerzo común, que todos los seres humanos aportamos a este mundo globalizado para que no haya guerras, ni violencia; no existan muertes por hambre o enfermos incurables; no haya inmigrantes desesperados, ni parados fracasados o desahucios inhumanos y, menos aún, familias desestructuradas y rotas.
Pero no. Preferimos el plato de lentejas. Queremos saciarnos de inmediato, consumir rápido, vivir el momento con intensidad. Dejarnos llevar por las circunstancias. No controlar nuestros impulsos más primarios. Si para obtener un puesto mejor en el trabajo, hay que pisar al compañero, pues, se pisotea. Si me enriquezco por la vía rápida aunque me haga corrupto, engañe a los demás, explote a los empleados,… lo que importa es que yo sea rico. Si para disfrutar a tope, la droga o el alcohol me ayudan, pues a darse un buen chute. Las consecuencias ya las conocemos. Y lo de vivir bien queda en el olvido.
Lo del plato de lentejas tiene su explicación en un relato bíblico. Cuenta que dos hermanos, Esaú y Jacob, tenían sus rivalidades y un buen día, Jacob, que por lo visto era un buen cocinero, tenía la comida preparada y, a esto, que llega su hermano Esaú, casi muerto de hambre, y le propone con urgencia, que le dé un plato del guiso sabroso que había hecho, a cambio de darle su herencia cuando llegase el momento. Y así fue. Quedó muy a gusto y satisfecho con el plato de lentejas que se comió, pero perdió la herencia. No deja de ser un relato, una historia pasada. Pero de rabiosa actualidad.
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