Los romanos, lo tenían muy claro y hablaban de los bárbaros como seres inferiores, casi salvajes... Parecería que los romanos habían llegado al grado sumo de la civilización, éllos, herederos de los griegos, sí estaban civilizados. Ya sabemos cómo se disolvió el imperio.
Con los franceses y su revolución de finales del XVIII, se creyó que estábamos en los umbrales de la liberación humana: el Antiguo Régimen había fracasado. Al grito de libertad, igualdad y fraternidad se habrían las puertas de la ilustración, etapa definitiva de la historia. No pasaron 40 años y volvían las aguas a su cauce. No obstante de aquellos "polvos" nos vino, ¡ahora sí! la liberación final: la revolución rusa de 1917. Era la solución esperada desde los albores de la humanidad ¡qué ciegos!, con el comunismo y su sociedad sin clases, llegaría la humanidad a la plenitud. Bastaron 70 años para que con la caída del muro de Berlín, se disolviera y desmitificara el paraiso terrenal que nos vendría con el socialismo real.
Total que con tantas revoluciones hemos conseguido muchas guerras, muchos muertos, muchos fracasos y pocos cambios (digo pocos) porque ciertamente creo que con tales revoluciones la humanidad ha progresado y, sin ellas, me sigo reafirmando, la conciencia que tenemos actualmente de la historia y de la misma humanidad, no sería la misma.
Pero sigue pendiente la verdadera revolución. La revolución que llamo humanista. La revolución que humaniza al ser humano. Me uno a las muchas personas, creencias, movimientos sociales,... que creen en el ser humano, que creen en las personas, en cada hombre y cada mujer, como sujetos portadores de dignidad y derechos/deberes, que les hacen libres, iguales, fraternales y, por eso mismo, solidarios, pacíficos, tolerantes, respetuosos con los otros y dialogantes hasta la misma extenuación, si fuera necesario.
La crisis actual nos ha puesto de manifiesto y con toda crudeza, la realidad de siempre: Ricos y pobres, guerras, hambre, inmigración,... La sociedad del bienestar social sigue siendo el privilegio de unos pocos, mientras que una inmensa mayoría se ha quedado a las puertas y, bastantes seres humanos, ni si quiera vislumbran "las torres más altas de la ciudad".
Si las revoluciones que hemos tenido en la historia han fracasado, simplemente es, a mi modo de entender, porque tales revoluciones no han estado bien planteadas. La igualdad, la fraternidad y la libertad, no se imponen a la fuerza. No se matan a millones de personas para que se hagan realidad... ¡ahí tenemos la historia!
Buda, Confucio, Jesús, Ghandi, Teresa de Calcuta,... y tantas mujeres y hombres que ni siquiera la historia les ha dado un nombre, han creído en otra revolución: la que parte del interior de la misma persona.
Jesús de Nazaret, al iniciar su misión, lo único claro que proclama es "Convertíos y creed en la Buena noticia".
La revolución empieza por uno mismo: la única "violencia" que se acepta en esta revolución, es la que ejerce en su ser más íntimo cada persona... cuando se esfuerza cada mañana en ser más ella misma, cuando intenta superar sus contradicciones, cuando se perdona, se acepta tal y como es, cuando partiendo de su fragilidad entiende la fragilidad de los demás, cuando disfrutando de sus cualidades y valores se alegra de los valores y cualidades de los demás, cuando ofrece sus manos para dar y recibir... entonces el perdón, la superación, el amor, la entrega, la misericordia, la paz, la amistad aparecen como pequeños retos cotidianos que nos van humanizando, nos van configurando como personas, como hombres y mujeres en libertad, igualdad y fraternidad.
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